Lunes, 05 de Enero de 2015
Viernes, 16 de Octubre de 2009

La viuda de los sábados

Por Mónica Berman | Espectáculo Siempreviva

La primera sorpresa es la invitación al velorio. Y sí. Cuando entramos en Silencio de Negras observamos que el espacio está ocupado por las inequívocas coronas, que en un rincón un hay retrato (¿del muerto?), acompañado por debajo con velitas, vasos y bebida. Que en el centro está el cuadro de una mujer (a la que, sin saberlo, tenemos ganas de llamar Siempreviva).

Mientras esperamos que "den sala" (qué poco adecuada la expresión en este caso) una joven mucama nos ofrece algo de tomar. De tanto en tanto, algún deudo expresa su dolor en gemidos y luego desaparece.
Cuando sea hora, nos harán pasar a otra dependencia de la casa (deberíamos decir, "a dos dependencias distintas en simultáneo", pero eso lo comprenderemos después).
Si hay algo de lo que no quedan dudas es de que estamos en una casa, habitada, habitable. Hemos visto las escaleras, las puertas, los recorridos de los personajes. La primera parte del trabajo con los espectadores ya está hecha. Pero queda mucho más.
El espacio es pequeño (no el que está ante nuestros ojos, sino el espacio de actuación, que se divide en dos habitaciones distintas) y hay una gran proximidad respecto de los actores, lo que va a multiplicar el impacto, porque muchas de las cosas que se muestran son del orden no ya de lo privado, sino de lo íntimo.
Aunque ellos revelan muy pronto cierto secreto, yo prefiero guardarlo hasta que los lectores se acerquen al teatro. Digamos, sí, que hay una viuda reciente, de fortuna, cuyo único interés en la vida es mantenerse joven. Digamos, también, que la viuda es un actor, con lo que esto va a significar en el curso de los acontecimientos, en los cuales queda claro que un hombre en esas circunstancias está absolutamente fuera de juego. ¿Qué se lee entonces? Justamente lo contrario del espacio: si el armado espacial (en principio y al principio) es naturalista (la casa remeda la casa), la elección del protagonista, en cambio, señala con énfasis, el teatro. Además lo señalan ciertos objetos que el ama de llaves manipula, la cena final, en fin: un imposible cruce entre lo real, anclado en múltiples signos, y la ficción, señalada por otros tantos.
Por otro lado, las habitaciones que el público entiende que están separadas (por ninguna pared visible) también insisten en la construcción ficcional, así como la historia delirante que nos cuentan.
Siempreviva tiene méritos en todos los rubros: el espacio construido, el vestuario (un poroto para el seudo chalequito con botón), las actuaciones, el relato, que por un lado es original, (es una historia en sentido estricto), pero además acepta lecturas del orden de la crítica social (cómo entender sino la manipulación de las huérfanas, la corrupción, el trato de la "señora" para con sus "sirvientas", que son poco menos que objetos. Podríamos decir "ojalá que fueran tratadas como objetos, ya que serían tratadas con más cuidado").
Por otro lado, es un teatro que se denuncia como tal, que a través de las cuestiones que señalábamos recientemente, enfatiza su condición de ficción.
Y como si fuera poco, también hay un espacio para la reflexión filosófica, en relación con el paso del tiempo, la eterna juventud, la apariencia. En fin: Siempreviva tiene absolutamente de todo.

Publicado en: Críticas

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