Domingo, 04 de Enero de 2015
Viernes, 11 de Septiembre de 2009

El arte de representar a Otelo

"Los artistas producen símbolos, no cosas. Simplemente se apropian de ciertos sistemas simbólicos instalados en su tiempo, no para representar la realidad, sino para representar lo representado (...)" Ana Longoni. Estudio preliminar en Revolución en el arte. Oscar Masotta.

Iago, escena para un crimen es una apropiación de la representación shakesperiana, apropiación singular y, sin duda alguna, audaz.
En primer lugar, como se observa, un nombre propio es sustituido por otro: ya no es Otelo, sino Iago; en segundo lugar, se pone de manifiesto la construcción de la  "escena". Será necesario saber si esta escena implica sólo un espacio físico o si, por el contrario, remite a un acto de representación en el que no sucede un crimen, sino que se lo simula.
La inscripción de lo representado aparece de inmediato: un banco que no hace de tal, una mujer que asume un nombre propio masculino y una lámpara que, caprichosamente en sus manos, nos permite o nos inhibe la percepción del conjunto visual.
¿Una mujer? Pronto se verá que todo el elenco es femenino (Desdémona incluida), es decir, no hay un trabajo de pura inversión.
Iago cumple un doble rol. Por un lado, es quien lleva adelante la historia, la enmarca, narra los acontecimientos, presenta a los personajes. Por otro, es el que ilumina, literalmente, el que sostiene la lámpara que prende y apaga, el que focaliza.
Si puede pensarse el Yago de Shakesperare como un personaje manipulador, a través de sus explícitos discursos y de sus acciones, este Iago pierde ese carácter, porque es el que definitivamente arma la historia. Es decir, todo es lo que el propio Iago narra y pone a consideración del público, el cual deberá decir, según sus palabras, si es preciso compadecer a estos personajes y si él, en algún caso, debiera haberlos compadecido. Luego de llamarlos "personajes", anuncia "escena primera", es decir, van a actuar. Son, pero no son. Iago mismo es y no es.
La decisión de poner en escena una historia tan connotada por el conflicto de género ("conflicto", pensándolo bien es un burdo eufemismo) en una serie de cuerpos femeninos, descoloca todas las lecturas habituales. Porque los rasgos femeninos son, además, bien remarcados: Otelo es una mujer de blanco y seductora, Iago aparece con las mismas marcas, Cassio oscila con el vestuario, pero está en las antípodas de construir un personaje masculino.
Cuando la tragedia se desata, los personajes asumen la letra de sus papeles y ya con luz de sala interpelan al público. Como hablan en simultáneo y cada uno se dirige a un pequeño grupo, lo que se obtiene es un magro relato de la "verdad", un informe recortado, un punto de vista personal. Iago, a distancia, mira. Pero sigue organizando. Cuando callen, Iago volverá a hablar y revelará entonces sus intenciones de venganza, describirá a cada uno de los personajes, es decir, planeará todo para que la tragedia de Otelo se produzca, una y otra vez.

Publicado en: Críticas

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