Domingo, 04 de Enero de 2015
Martes, 11 de Agosto de 2009

Poderosa Afrodita

La puesta de Claudio Quinteros y Nayla Pose, surgida de la adaptación de la novela La Venus de las pieles de Leopold von Sacher-Masoch, logra adentrarse en el complejo universo referido por el autor austríaco, con notable sutileza.

El señor que está a mi lado, con cara y verba de psicoanalista, le espeta a los que lo acompañan (también con toda la pinta de seguidores de Lacan): "Lo interesante es que el sujeto masoquista no es compatible con el sujeto sádico. Porque cuando el masoquista le dice ‘¡Pegame!', el otro, que es sádico, le responde ‘¡No!'. Por eso no hay parejas sadomasoquistas". La explicación es lógica y, aunque no estamos en condiciones de evaluar su veracidad, resulta un excelente estímulo para interpretar la obra que está por comenzar.
Se trata de La Venus de las pieles, texto dramático de Claudio Quinteros, basado en la novela homónima de Leopold von Sacher -Masoch, autor austriaco a quien se debe el epíteto "masoquista" en honor a su apellido (así como el término "sádico" se le imputa al Marqués de Sade). La pieza narra el sinuoso derrotero de un hombre que se enamora de la tortura que le inflige una mujer envuelta en pieles, como la Venus pintada por Tiziano.
Pocas veces el teatro y el cine se han sumergido en este universo tan particular, y en menos oportunidades aún lo han hecho con sutileza e ingenio, sin caer en lugares comunes. Hilando mas fino, podría argumentarse que goza de mucha más propaganda el sadismo que el masoquismo, por lo que es muy raro ver obras artísticas que aborden dicha temática. Viene a la memoria el excelente film La secretaria, de Steven Shainberg, poseedor de la virtud de dotar de humanidad a sus personajes, en lugar de exhibirlos como fenómenos, dadas sus preferencias sexuales.
Lo cierto es que la puesta que nos ocupa, dirigida por el mismo Quinteros junto con Nayla Pose, presenta con delicadeza la evolución de los personajes hacia el masoquismo, sumergiéndolos en una atmósfera inquietante y sugestiva. Dos adjetivos, estos últimos, utilizados por demás en reseñas como ésta, por lo que mejor pasaremos a describir cómo consigue la puesta que el espectador arribe a estos estados. El espacio escénico se halla dispuesto a modo de friso frente al público, quien debe seguir a los actores que se mueven a muy poca distancia de él. Dos pesados cortinados rojos enmarcan las acciones. En este contexto se desenvuelven los dos elementos de mayor pregnancia en la obra: la música y la iluminación. Ambas manipuladas por los actores, la primera se reduce a un teclado asordinado en el que se ejecutan notas de larga duración, lo cual produce un espesor en el ambiente, como si el sonido pudiera traducirse en espacio. La iluminación es más compleja, dada la utilización de numerosas fuentes de luz, entre las que se destacan las proyecciones, que en todo momento establecen un diálogo con la posición de los actores, lo cual evidencia el minucioso trabajo de diseño que precedió a la puesta.
Curiosamente, los estados que se logran, visual y auditivamente, bastarían por sí solos para representar el universo referido por Masoch, sin necesidad de palabras y actos. Pero éstos se hallan presentes y a ellos nos dedicaremos a continuación.
Pocas veces se está frente a una pieza que sólo requiere de los actores su presencia escénica, tan excluyentemente como en este caso. Más que la necesidad de arribar a estados emocionales, la obra necesita de actuaciones asentadas en la presencia corporal y elocutiva. En el idioma de los viejos actores, esto significa pararse bien en el escenario y decir el texto con fluidez y soltura pero, a su vez, con contundencia. El elenco que se presentó en la función a la que asistimos, que no es el original, no presenta estas características lo suficientemente desarrolladas, lo cual expulsa por momentos al espectador de la ficción (tan bien construida por los elementos descriptos), llevándolo hacia otros lugares de la expectación teatral. Este aspecto, junto con el carácter algo reiterativo del texto, son los únicos detalles que pueden observarse de una obra que en su conjunto es muy interesante y notable.

Publicado en: Críticas

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