Jueves, 01 de Enero de 2015
Lunes, 13 de Julio de 2009

Espíritu exquisito

Por Karina Mauro | Espectáculo Espíritu Pequeño

La puesta del grupo Rascacielos Orquesta Teatral logra adentrarse en la particular y fascinante atmósfera de principios del siglo XX, utilizando como excusa argumental una enigmática celebración familiar. Adéntrese usted también y entérese de los pormenores.

Dicen que al espíritu de una época lo conforman aquellos valores, creencias, percepciones, gustos que posee una cultura en un determinado período histórico.
Conviven en Espíritu pequeño exquisitas reminiscencias de las primeras décadas del siglo pasado. Se perciben en las referencias visuales al viejo cine mudo, aquel que va entre la constitución del lenguaje cinematográfico tal como lo conocemos hoy pero sin sonido, hasta su incorporación. El de René Clair o Luis Buñuel. Se vislumbra también en cierta tendencia hacia lo oculto, en la que conviven sin conflictos la fe en el progreso ilimitado de la máquina (cuyo complejo funcionamiento comienza por esa época a tornarse incomprensible para la gente común), con la persistencia de la creencia en lo sobrenatural como motor secreto de las cosas. Se advierte, asimismo, en el enrarecido ambiente donde aún se hallan presentes los estamentos tradicionales de la sociedad (eclesiásticos, militares, etc.) y las más remilgadas y burguesas formas protocolares, pero en el que asoman todas las "anomalías" que denuncian que los sujetos son incapaces de sostener tanto unos como otras. Se ve, por último, en la posibilidad siempre latente (y que varias veces se hace efectiva a lo largo de la puesta) de que lo irracional y poético surja de entre las situaciones más cotidianas, como bien lo expresaron algunas vanguardias artísticas de la época.
Como pretexto para desplegar todos estos deleites, el grupo Rascacielos Orquesta Teatral ideó una situación concreta: una ceremonia a celebrarse por varios invitados asistidos por el personal de servicio, en algún momento perdido a principios del siglo XX. Por supuesto que la misteriosa conmemoración no resulta ser lo que el público espera, por lo que la puesta se va introduciendo paulatinamente en el disparate. Sean las esperables sorpresas que esto deparará, razones suficientes para no develar más y dejar que el espectador disfrute de las mismas sin aguarle la fiesta, pero cabe advertirle que, como en los buenos convites, lo mejor viene al final...
No constituye ningún peligro, en cambio, afirmar que el aspecto más destacable de la obra es que logra sostener la frágil y sutil atmósfera que comentáramos al inicio, a pesar de los abruptos cortes en los que irrumpen la música y la canción, las más de las veces con sonidos y melodías contemporáneos. Con diferencia a lo que sucede en varias obras actuales, donde la música es utilizada como un agregado, muchas veces ornamental y la más de las veces relleno de baches, en Espíritu pequeño las canciones son reveladoras de los personajes, de las situaciones y del pasado. Para conseguir dichos efectos, se torna indispensable la pericia de los actores en los diversos lenguajes que utilizan (y no se trata sólo del musical, ¡pero no podemos decir más, porque hace unos renglones prometimos no revelar sorpresas!).
En el estricto terreno actoral, es evidente que el elenco constituye realmente un grupo, si entendemos por ello un conjunto que ha logrado desarrollar un imaginario estético compartido, algo que no se ve mucho en estas épocas. Como resultado, todos están muy bien y contribuyen con solvencia a la totalidad, aunque podrían destacarse las actuaciones de Víctor Malagrino, Paula Broner, Pablo Kusnetzoff y Maqui Figueroa.
Por todas las razones dichas (y más aun por las que no se pueden revelar), Espíritu pequeño logra transmitir sólidamente su poética comicidad, más allá de la cualidad etérea e insignificante que sugiere su título. Porque, acaso no está de más recordarlo, lo bueno viene en frasco chico.

Publicado en: Críticas

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