Miércoles, 31 de Diciembre de 2014
Lunes, 18 de Mayo de 2009

Un orden para la historia

Historia (...): una experiencia vivida en el pasado, no un conocimiento desligado del pasado". (Carlo Ginzburg)
La referencia a la historia, a nuestra historia, es evidente en múltiples sentidos.

Por un lado, se puede ubicar el relato en términos cronológicos. En el marco del propio discurso se inscribe el momento en que el peronismo y la Iglesia Católica están definitivamente enemistados.
El temor de la clase acomodada a lo que sucede en la calle (el temor del que vive en Alvear y no el que camina por allí, que no es lo mismo) insiste en un contexto socio-político particular.
Pero además están las referencias a la historia del cine argentino, modos de actuar que inmediatamente nos reenvían a ciertas películas y a ciertos actores que también son nuestra historia. Del mismo modo que el registro lingüístico, historia de nuestro español de los '50.
Ahora bien: el punto de vista desde donde se inscribe el relato es lo que convierte Los desórdenes de la carne en algo tan particular.
En cada una de las cosas planteadas, tanto en términos narrativos como temáticos, se propone una vuelta de tuerca.
Si es una familia de clase alta en un momento hostil, justamente por el "poder del pueblo", se focalizará un grupito de pobres (un coro pero en sentido amplio) ¿Esos pobres no son "pueblo"? No, al menos ése que está en el afuera amenazante, paredes adentro, sobre ellos, es arbitrariamente poderoso. En el interior de la mansión, la solterona que cuida del cura desviste a los pobres, les prueba ropa (el vestuario para el pesebre) como si fueran maniquíes sin pudor; la niña de la casa los obliga a cantar villancicos en inglés y para colmo les pide que sean afinados. Y por supuesto, se los amenaza con la vuelta a la calle. Y el final, que no debe contarse, sigue en esta línea de maltrato, pero en el grado más alto que se pudiera esperar.
Uno podría preguntarse por qué aparecen todas estas cuestiones vinculadas con el orden de la narración, con lo eminentemente temático, si se reseña una puesta en escena. La respuesta es sencilla, el lenguaje verbal es un componente más, pero tantas veces está ausente o deslucido, que cuando aparece trabajado con tanta precisión, nos recuerda su valor. Y en este caso se trata de una historia muy bien contada. Un argumento que se sostiene con firmeza. Claro que también nos ofrecen buenísimas actuaciones, y como si fuera poco, en un espacio que resulta verosímil, con habitaciones arriba, cortinados, escaleras, instalaciones abajo, un pequeño altar para la Virgen, un piano, en fin, una escenografía de las que no se ven sino en contadas ocasiones en este circuito teatral. Significante y funcional.
Por otra parte, el humor atraviesa toda la propuesta. Otro modo de desplazar el eje de lo esperable.
En el principio se sostenía que la historia no es solamente una experiencia vivida en el pasado (aunque el relato de esta historia, se inscribe "experiencialmente" allí), sino que es, además, conocimiento de ese pasado, de esas experiencias. Lo que habilita, entre otras cuestiones, la posibilidad de la lectura política en sentido amplio.
En clave política, religiosa, humorística, social, paródica, la puesta de Alfredo Ramos se deja leer para el goce evidente de múltiples clases de espectadores.

Publicado en: Críticas

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