Miércoles, 21 de Marzo de 2018
Jueves, 07 de Mayo de 2009

El cielo reducido de las costureras

Nada del amor me produce envidia. ¿Quién será capaz de resistirse a la seducción de semejante título? 

Uno entra en la sala de El Tadrón Teatro y cuando se oscurece el espacio, alguien inicia su canción. Una débil luz ilumina una pierna de mujer. La luz crece y la vemos. A ella y a su máquina de coser. Y al maniquí que será el mudo testigo de esta historia, vestido a medias, de mujer.
La costurera obligada al silencio, tumba de alfileres su boca, nos dice, desgranará todos los secretos en el cuarto de costura sin ventanas.
El amor, para ella, sólo produce vestidos y éstos, a su vez, cansancio y ojeras. Su trabajo consiste en tapar los vientres de las novias deshonradas, en esconder los defectos bajo los pliegues, en escuchar confesiones sin hacer comentarios.
Cuando las clientas se van, ella libera su voz. Habla y canta para que sus cuerdas vocales no queden eternamente entumecidas. Para que descansen del silencio al que las tiene acostumbradas. Con palabra prosaica y con canciones deshilvana historias, entreteje argumentos. Y cuando canta, de inmediato, se acuerda de ella, de Libertad Lamarque, la novia de América.
En las primeras menciones, la estrella está lejos, no tiene "estatura humana", es una gigante en la pantalla del cine. Pero más tarde, y de improviso, se introduce en el relato de la primera persona.
¿Qué puede pasar en la vida de esta mujer que cose, que calla, que canta en el encierro de su taller?
A medida que el relato avanza sabremos que dos mujeres conocidas, públicas, ingresan en la vida pequeña de la costurera buscando su respectivo vestido. Y esta búsqueda es la que desata el conflicto. Conflicto que, planteado por la mujer que cose, aparece como escondido bajo la letra y la música de otros.
Libertad Lamarque y Eva Perón pugnan por el mismo objeto, aunque no llegan a saberlo del todo. Y la decisión queda en manos de la que nunca en su vida ha decidido nada: "todos esperamos una vida para decidir cosas como éstas y cuando ocurren no estamos preparados...como si el cuerpo se resistiera y doliera... y el único deseo que existe es que pase todo... que pase lo que pase y que todo vuelva como era antes...igual...con mi yo diluido y todo..."
Si hubo, si lo hubo, un momento en el que esperara algo propio y no el acto de vestir para el acontecimiento ajeno, ese momento llegará y su único deseo será que se dé, al fin, por concluido.
Y vaya si pasará, de manera absolutamente definitiva. Pero sólo para la costurera, luego ella misma lo dirá: "todos coincidieron en el olvido."
No será nuestro caso. Luego de haber visto a la maravillosa María Merlino, haciendo propias las bellísimas palabras de Santiago Loza (entre la poesía y la oralidad) y la dirección de Diego Lerman, ¿quién podrá olvidar esta belleza de íntimo formato y espacio reducido? Con un final de tormenta desatada, pero que en la voz y el gesto pequeño de la costurera aparece casi como un remanso, una tragedia de proporciones humanas, no divinas y por ello, mucho más conmovedora.

Publicado en: Críticas

Comentarios





e-planning ad