domingo, 29 de mayo de 2022
Jueves, 19 de marzo de 2009

Mucho más que siete

Por Mónica Berman | Espectáculo Los siete locos

"El espectáculo, comprendido en su totalidad, es, a la vez, el resultado y el proyecto del mundo de producción existente. No es un suplemento del mundo real (...) Es el corazón del irrealismo de la sociedad real."
Guy-Ernst Debord, en La sociedad del espectáculo.

Corazón del irrealismo en lo real, un modo posible de pensar el universo de Roberto Arlt, de cercarlo, de acecharlo.
El universo arltiano ha sido visitado previamente por las transposiciones (se ha convertido en películas o en textos espectaculares). En particular lo ha sido el texto que nos convoca: Los siete locos.
Seguramente más de un lector de esta novela imaginará al menos una puesta en escena, porque se trata de un texto fuertemente teatral. Los personajes lo son, así como también ciertas zonas del lenguaje, la insistencia en la representación, el ser espectáculo, el hecho de actuar una comedia.
Portadores de teatralidad son Erdosain, Ergueta, el Astrólogo, el Rufián Melancólico.
Todos y cada uno parecen representar un personaje para los otros. A través de sus actos, hacen devenir público a los demás. También son teatrales las menciones a la ficción (esa idea de Erdosain de que ciertas cosas sólo suceden en las novelas), eludiendo el propio estatuto ficcional, las notas al pie, las referencias a los acontecimientos futuros que resignifican los acontecimientos que se desdibujan en presente.
Erdosain, incluso, actúa para sí mismo, realiza un papel para el cual es su propio espectador (aunque no sea el único). Cuando la voz del cronista se silencia, pareciera que aquél se mueve ante nosotros, mientras se pregunta, entre curiosa e indolentemente, por la consecuencia de sus acciones.
Los siete locos es una fantástica novela desprolija, con zonas de una escritura maravillosa y otras de folletín de centavos, de argumento genial y de acontecimientos risibles por lo inverosímiles. Sucede que no hay manera de saber con qué va uno a encontrarse. Leerla siempre es arriesgarse.
La puesta de Omar Aita, reproduce esta desprolijidad arltiana, muestra, de manera constante, los hilos, la trama del tejido.
Queda de manifiesto que las escenas son escenas. Se montan y se desmontan ante los ojos del espectador. Se ilumina el espacio que debe atenderse y en la penumbra se mueven los que desarman el número anterior.
Esta decisión de puesta, evidentemente resalta el mecanismo (algo que está en germen o tal vez más que germen, en la novela) y se permite jugar con lo que el autor de la novela jugó una y mil veces: transformar en imagen nítida una instancia de ensoñación.
Si esto fuera una reseña, el vínculo con la novela dejaría de tener sentido. Pero no lo es.
El director eligió del transcurso de la historia de Erdosain algunos tramos, poniendo de manifiesto que lo son. Señalando que el planteo es fragmentario, que es reconstrucción, tal vez. Una entre otras posibles.
El actor que hace de Remo dice la angustia, pero solo en términos verbales. No es ilógico: los que permanecen allí sin ser personajes no profundizan la complejidad que parece hallarse en la novela. Pero en la novela se percibe el exceso. ¿No es una propuesta factible mostrar los quiebres, la imposibilidad de continuidad, las contradicciones?
Una posibilidad de leer el universo de Los siete locos (mucho más que siete), una entre tantas otras que se hicieron, que se harán. 

Publicado en: Críticas

Comentarios