Sábado, 03 de Enero de 2015
Viernes, 07 de Noviembre de 2008

El fútbol y las rosas

"Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno".
Desdichado deleite puede pensarse como una planta bulbosa con muchas capas, algunas superficiales, otras profundas, pero que la constituyen en su totalidad.
Pancho es el personaje que habla, un hombre autoritario, extrañamente sensible respecto de las rosas que parecen ser el eje de su vida.
La sabiduría respecto de las flores contrasta con su apariencia ¿no son las rosas un paradigma de delicadeza? Él es un ser matero en camiseta que entrena un equipo de fútbol. Primer contraste. Lo que desconoce o lo que no recuerda respecto de las rosas lo busca en el papel impreso, revistas especializadas, altamente especializadas, portadoras de nombres, características específicas, con la indicación del cuidado para cada una.
Su vínculo con el equipo de fútbol (celular e intermediario mediante) lo pinta de cuerpo entero: prejuicioso, amenazante, burlón. Alguien que busca inspirar miedo, aunque no podemos saber si efectivamente lo logra.
Decíamos que es el que habla y cuando lo hace somete al otro a silencio. Ya sea su mujer, que aparece como indicio en la extraescena a través de su música, o su hija, que está presente y callada, sometida a partir de la simple afirmación con respecto a lo que el padre dice.
El contraste entre Zulema y Pacho es notable: ella es, en escena, esmirriada y con gesto encorvado. Un pobre ser que sólo saber servir a quien la domina.
El tercer personaje en escena es un vendedor de música que por azar ingresa en ese universo de rosales pelados, con la intención de sobrevivir.
La construcción de los personajes es precisa y magistral, y tiene doble correlato en su excelencia, la dramaturgia y la dirección.
Un mundo de seres pequeños, comunes, con algún rasgo que los inscribe como particulares.
Pero sin demasiados inconvenientes podría leerse en Desdichado deleite del destino otra cosa, una posición de género, el hombre que maltrata a la mujer y dice que el veneno de hormigas que sobra se lo podría poner en la sopa del almuerzo, o la responsabilidad evidente de esta hija sometida y triste.
También podría pensarse la inscripción de un conflicto entre los estilos altos y los bajos: la música de la mujer es silenciada por el hombre, por la música que el hombre siente como propia, la que le dibuja una sonrisa en la cara y lo hace bailar.
Sucede que además de todo esto, existe una vuelta de tuerca que es indispensable no revelar y que resignifica absolutamente todas las hipótesis.
Para el final vienen ciertas explicaciones. Tal vez busquen construir distancia después del golpe que cierra la historia propiamente dicha.
Una propuesta divertida, interesante, sorpresiva, con un texto muy bueno, muy buena dirección, actuaciones geniales.
Una obra que no discrimina a su público. Válido para la sonrisa y la reflexión de la dama, del caballero, del intelectual, del obrero y así sucesivamente.

Publicado en: Críticas

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