Viernes, 18 de Marzo de 2016
Viernes, 18 de Julio de 2008

¿Y esto es arte?

En 1917 Marcel Duchamp agarró un mingitorio, lo puso al revés, lo intituló La fuente, y lo presentó en un concurso de esculturas. Este chiste inició la revolución.

Las preguntas que plantearon las vanguardias artísticas a principios del siglo XX ("¿Qué es el arte?", "¿cualquier cosa puede ser arte?"), siguen sin contestarse. Pero eso no quiere decir que algunos no traten de darles respuestas, o por lo menos de continuar los interrogantes. Esto último es lo que se plantea en Manifiesto vs. Manifiesto, la última obra de Susana Torres Molina, codirigida por la misma autora junto a Marcelo Mangone.

En una pequeña salita de El Camarín de las Musas, casi sin escenografía, tres actores nos llevan de viaje. "Oriol Valls, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien. Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos. Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje.". Con esta historia de Eduardo Galeano, la obra plantea el trayecto. Y con los apócrifos de Rudolf S., plantea el tema.

Rudolf S. fue un artista austríaco inscripto dentro del accionismo, un movimiento neovanguardista que llevó hasta sus últimas consecuencias las ideas que plantea el body art, es decir, el cuerpo del artista como material artístico.

Manifiesto: el artista es su obra maestra. Si el cuerpo es un lienzo en blanco, cualquier cosa se puede hacer en él: tajearlo, crucificarlo, trabajar con sus fluidos (sangre, semen, heces, etc.). Nada que ver con la idea top model que tenemos del body art, chicas lindas en bolas pintadas de arriba abajo.

Versus Manifiesto: necesitamos la mirada del otro para sobrevivir, para evadir a la muerte, para que nos recuerden. La mirada es la única parte del cuerpo que no admite cirugía plástica, dirá Rudolf.

Y entre medio de esto, personajes que cuentan historias de sexo, dolor y muerte. La épica se abre camino ante la dramática y pone en escena un manifiesto que desafía: ¿Cuáles son los límites del arte? ¿Debería el arte tener límites? ¿Hay un límite en las cosas que se pueden contar?

Pero no solamente se quiebran los parámetros de qué, sino también los del cómo. Una obra de teatro debería tener acción; ésta tiene, casi exclusivamente, relato. Debería basarse en una comunicación cuerpo a cuerpo entre personajes y espectadores y entre los personajes entre sí; acá tenemos una casi permanente intermediación técnica. Tendría que haber un conflicto; esta vez sólo tenemos episodios.

Por todo esto, Manifiesto vs. Manifiesto se transforma, además, en un desafío hacia los propios límites del teatro.

Con las actuaciones de Patricio Abadi, Federico Pavlovsky y especialmente la de Eduardo Misch, esta obra hace que, cien años después, la misma pregunta sobre el arte siga siendo interesante.

Publicado en: Críticas

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