Sábado, 03 de Enero de 2015
Sábado, 17 de Mayo de 2008

El gran pez

Por Sonia Jaroslavsky | Espectáculo La pesca

Después de trabajar con Roberto Arlt, el Don Juan, Armando Discépolo, Beckett, Hamlet, la literatura de Florencio Sánchez o Ibsen, Ricardo Bartis, vuelve con un texto propio: La Pesca.

Nos acercamos a la sala-estudio de la calle Thames para ver La Pesca y comentamos con otras colegas: "¿cuántas primaveras, o mejor dicho, cuántos otoños tiene el Sportivo Teatral?" Alguien nos susurra que ya va por los diez años. ¡A la pucha! Por suerte encontramos un vinito que sirven antes de comenzar la función y podemos mojar los labios y brindar. Es que no es para tomárselo al churrete. De allí salieron muchísimos actores, directores y dramaturgos motivados por el nuevo acercamiento que Ricardo Bartis propuso de la escena. Hace más de una década que este señor comenzó a investigar, influenciado por Alberto Ure y Tato Pavlovsky, en un tratamiento del teatro diferente al "Método". Así es que hurgó sobre ideas como las de "territorio" en el sentido deleuziano, abandonando la idea clásica de personaje. El personaje, según esta nueva mirada, sería desbordado por el cuerpo del actor, la escritura se haría sobre el cuerpo de los actores. Desde esta perspectiva comenzó a investigar sobre las intensidades de actuación, explorando las variables propias del lenguaje. El "teatro de estados", nombre que se le dio a su estilo de enseñanza, intenta producir un actor que supere la idea de un modelo a representar. Según Bartis, no habría una lógica narrativa sino ritmo y el texto estaría atravesado por otros relatos.

Es con estos antecedentes de trabajo que se fue gestando, como en todas sus obras, la "protohistoria", como la llama Bartis, de La Pesca. Esta obra es la primera de una trilogía cuyo epicentro es la idea de un agujero en el piso, como pretexto para hablar del peronismo. La primera de estas obras tiene como motivo la pesca, la segunda el box y la tercera el fútbol.

Protohistoria y escena

No está de más saber que el arroyo Maldonado recorre unos 22 kilómetros de largo por debajo de la avenida Juan. B. Justo y desemboca en el Río de la Plata. Antes de su entubamiento, este arroyo era uno de los límites naturales de la ciudad. Servía para dividirla en dos partes: el lado decente y lado donde surgían sus arrabales pecaminosos.

La Pesca acontece en una abandonada fábrica textil en La Paternal, que está ubicada cerca de las tuberías del arroyo Maldonado. Los subsuelos de esa fábrica se convierten en piletones, por las filtraciones y las inundaciones que se producen debido a la crecida del Maldonado. Los chicos del barrio, en los '60, pescan mojarritas en Palermo y las llevan allí, así es que cuando los muchachitos se hacen grandes fundan un club de pesca bajo techo al que le ponen de nombre La gesta heroica. Así es que traen tarariras de Entre Ríos que mutan en otra especie, las tarariras Titán. Los muchachitos devenidos hombres se juntan a realizar ese ritual tan varonil de la pesca. ¿Qué de verdad o ficción hay en esta historia? No lo podemos saber, pero sí que sus resonancias tan porteñas permiten que nos enganchemos y piquemos en su relato tan original.

Tres hombres intentan, a oscuras, sortear los obstáculos que los llevarán a encontrar el piletón del antaño club de pesca. René (Luis Machín) y Don Atilio (Carlos Defeo) acarrean a Miguel Ángel (Sergio Boris), en esta expedición a los subsuelos. Don Atilio, un hombre grande y enfermo, se presenta mitologizando un pasado no muy lejano. René, exalta el peronismo a la izquierda y es el que motoriza la idea de la pesca. A Miguel Ángel, peronista a la derecha con toques fascistas, de traje y corbata, se le piantan su brotes violentos. Este trío de café traslada a este otro territorio la polémica del bar. Con implacable ironía Bartis retrata estereotipos masculinos porteños que se encuentran en cualquier esquina. Pero el espectáculo logra trascender estos estereotipos al enmarcarse en un plano contextual de tipo histórico. De la polémica, del estereotipo, podemos ir más allá y encontrar una mirada sobre la militancia peronista y su desgarro, sobre la creencia y la decepción y sobre maneras de pensar muy enraizadas en los argentinos.

Bartis, una vez más, sacude al espectador. No fue necesario ir muy lejos. Encontró material de sobra para este nuevo trabajo debajo de sus mismísimos pies, más bien debajo del Sportivo Teatral. El espacio, en manos de Norberto Laino, y la iluminación, diseñada por Jorge Pastorino, alimentan y se presentan en reunión dramática con la escena. El pozo con agua funcional apunta a una síntesis con pinceladas japonesas, fusionándose en una mirada renovadora de la estética del reciclaje ya característica en Laino. Así, el agua y su estanque producen su propio lenguaje y dialogan con sus sonidos de goteo volviendo altamente poéticos los instantes de silencio donde los protagonistas (muy cercanos a un Beckett) se dejan llevar por la concentración del deporte. La iluminación, gracias a la opción de poder ser manipulada en escena, es un elemento poético más y hasta se completa en el cuerpo de los personajes. Bartis dirige exquisitamente a Machín, Boris y Defeo y ellos generan unas criaturas poderosas de actuación. Como en muchas de las obras de Bartis, lo que perdura, más que su historia, es esa experiencia vital que transmite en el momento, donde espectador y actor se aúnan. Ahí se produce la magia.

Publicado en: Críticas

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