Miércoles, 03 de Octubre de 2018
Sábado, 23 de Junio de 2007

Cosas de machos

¿Mujeres que hacen de hombres? Sí. Son drag kings. Así como los hombres, en el teatro, desde hace ya un largo tiempo se visten de mujeres por medio de la técnica drag queen, hoy en Buenos Aires, hay un espectáculo en el que las mujeres se visten de hombres. ¿Puro juego de actuación? ¿Cuestionamiento?, ¿crítica? “En las drag kings el espectro expresivo es mayor, ya que su intención no es sólo la diversión, sino una transformación en el sentido político, desnaturalizando los patrones de género de nuestra sociedad a través del humor, del juego escénico, etc.”, asegura Alejandra Arístegui, directora de esta propuesta. “Existe, además, una férrea resistencia de la cultura hegemónica a aceptar la masculinidad en términos de performance”, continúa. “Así, ‘históricamente se ha concebido la femineidad como una representación (como una mascarada) y, sin embargo, se ha negado u obviado la posibilidad de que la masculinidad se pudiera representar (identificándola como una identidad no performativa o antiperformativa)’ ”, sostiene Arístegui al citar a Judith Halberstam, teórica y activista que escribió Nuevas subculturas preformativas.
El esqueleto del espectáculo es una sucesión de números que ponen la lupa en ciertas escenas, algunas casi cotidianas en la Argentina, como la situación en la tribuna de fútbol, en donde se ponen en evidencia ciertos rasgos de la cultura machista, y otras lejanas, aunque en algún sentido no tanto, como la de dos marines en Irak o tal vez Vietnam, escenas todas con personajes masculinos, interpretados, por mujeres.

Podría dividirse -a grandes rasgos- estas escenas en dos tipos: las musicales y las no musicales. Sabido es que los drag queen, toman como recurso el playback, y en las drag kings, el recurso también aparece. No es azaroso el uso de esta técnica. Por un lado tiene que ver con darle mayor verosimilitud a los personajes, en tanto la voz es lo más difícil de copiar, pero por el otro, y en este caso mucho más, porque la canción es síntesis de sentido, cristaliza y coagula valores sociales.  Si una de las apuestas es desnaturalizar lo dado, en esta ocasión la cultura machista, el procedimiento de usar la canción viene de perillas para sacudir al desprevenido espectador. ¿Por qué? Pongamos un ejemplo. De pronto sale un personaje pelilargo, con gorro de lana, los pantalones a medio bajar. Es mujer, delgada, pero el modo en que está vestida crea una ambigua sensación, porque todo lo que lleva puesto, su forma de pararse, el eje del peso de su cuerpo y su gesto, son culturalmente masculinos. Se escucha en playback un ultra violento,  machista y denigrante tema de Los pibes chorros. Ella/ él lo canta, hace como si lo cantara. Su cara  serena, casi inmutable. Está todo bien. Es en ese instante y por medio de ese procedimiento, cuando el espectador revive todo un mundo, puede imaginar miles de personas bailando y repitiendo esa terrible y agresiva letra, felices como si nada pasara, como si todo estuviera bien, como si todo lo que se dice en la canción fuera natural. El universo se extiende a partir de esta escena, y es intensamente doloroso lo que ésta connota. El uso de esta canción, puesta de esa manera,  dispara sentido, desautomatiza, extraña, sacude. Algo parecido ocurre con el tango La fea, este sí cantado en vivo, en cuya escena podemos reponer un contexto social y cultural que naturalizaba la fealdad como un castigo y con la irrupción de A mí manera y toda la historia que este tema trae. Sin duda, el uso de la canción, sea en playback o en vivo, constituye el hallazgo más importante del espectáculo.

En cuanto a las escenas no musicales, las hay más logradas y menos logradas. Esto probablemente tenga relación con el mayor o menor énfasis puesto en subrayar el sentido de cada escena. De todas maneras, y más allá del logro de cada escena en particular, no es grato enterarse de que muchas de los tópicos que aparecen en la obra son tristemente reales. “El juez, lamentablemente, tiene un texto real. El caso se dio en La Pampa, en la época que empezamos a ensayar. Este hombre puso como atenuante para un violador, el uso, por parte de éste, de un arma, argumentando que al usar el arma la mujer no había forcejeado y, por ende, la violencia había sido menor”, cuenta la directora.

Lo notable de las actrices, Marcela Díaz, Patricia Roncarolo y Florencia Rosemblat, es el logro con sus cuerpos. Es evidente que han trabajado el peso, la manera de pararse, los lugares del esquema corporal en los que se asientan los hombres. Resulta esto completamente verosímil. 
El armado tiene altibajos, con momentos brillantes, como los descriptos anteriormente y otros menos atractivos. Sin embargo Drag kings. Cosas de machos, consigue sacar ciertos supuestos culturales de su lugar habitual y tiene otro valor: es audaz. Se atreve con  la dificultad. El machismo aparece aquí como algo desagradable y no como un valor. No sólo las mujeres aparecen como víctimas del machismo, sino que  también los hombres son, claramente, prisioneros de un paradigma cultural que les marca cómo deben ser y cómo comportarse para ser machos. “Lo interesante de hacer drag kings, es que habitualmente el hombre blanco de clase media es casi imposible de parodiar en las perfomances o en el teatro, por ser el modelo ideal en que se basa nuestra civilización occidental (por lo tanto, modelo anhelado y no criticable).También nosotras reflexionamos y quisimos dar vuelta el hecho de que a través de la historia teatral, durante siglos (y no sólo en occidente), los personajes femeninos fueron jugados por varones. No causa mucho agrado este espectáculo, ya que a muchísima gente le da ‘cosita’ (por no decir rechazo) ver mujeres jugando personajes masculinos. No criticamos a los hombres, criticamos las conductas machistas (por lo tanto, sí a los machistas y a la sociedad patriarcal), para desnaturalizar estas conductas, con humor”, concluye, contundente, Alejandra Arístegui.

Publicado en: Críticas

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