Domingo, 11 de Enero de 2015
Lunes, 05 de Marzo de 2007

Atención: jóvenes coreografiando

El primer programa de danza del Centro Cultural Rojas (área coordinada por Alejandro Cervera), deja contento a casi cualquier clase de público de danza contemporánea. Ofrece un ecléctico muestrario de dos de las tendencias típicas de este género, en nuestra ciudad. Una danza que recuerda la tradición glamorosa del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, y otra oxigenada con el aire renovador del teatro off Corrientes.
Ni bien la sala pasa a través de los cambios de luz de entrada de público y del mundanal ruido, al silencio que pide el escenario y una iluminación cenital sobre la bailarina de espaldas al proscenio, se produce una atracción hacia el intrincado mundo melodramático que cinco bailarines recrearán durante casi 30 minutos. Es la primera creación Permanece así, de Emanuel Ludueña, joven bailarín que ha participado en obras de los coreógrafos Miguel Robles y Carlos Trunsky, por ejemplo, y que acá se larga solo, pero innegablemente influenciado por éstos.
Quizás por todo ello es que hay algo muy tímido, como pidiendo permiso, que, sin embargo, deja entrever una sordidez que esperamos salga a ahogarnos y embelesarnos prontamente, porque pondría toda la originalidad de la que es capaz un artista, sólo por ser él en el escenario. De este modo, la originalidad no la daría el mejor uso de tal o cual técnica o forma compositiva, si no la manera de hacer uso y abuso de ellas, en pos de un sentido propio.
La primera imagen, una espalda un tanto encorvada pero sutilmente sensual, que denota juventud y al mismo tiempo heridas adultas, esa bailarina sufriendo y gozando el movimiento ataviada en un vestido que sintetiza de una manera tosca un glamour que no le pertenece, esos minutos, pocos, con sus primeros movimientos, fueron suficientes para saber que Ludueña tiene que desprenderse de la mano que lo cuida. Quizás apretarla tan fuerte como para que sude sangre,  quizás dejarse caer para tocar fondo. Soltar el movimiento aprendido y encontrar otros que están allí disimulados, en esas espaldas apenas curvas,  en los cuellos duros que provocan giros de cabeza tan pequeños que llegan a doler, en las coreografías en un tiempo un tanto más lento que lo que suponen y que producen extrañamiento kinestésico... esas caminatas que no llevan a ningún sitio, como un andar de pobres bestias enjauladas.  Resulta demasiado simple la anécdota que se pretende contar, para todo lo que esconde esa formación de cinco bailarines. ¿Los hombres son niños? ¿Las mujeres dominan físicamente la situación, o ya no y están pasando en un ritual insustancial la posta del mediocre poder? ¿Por qué sufren tanto?
En el lado opuesto del camino coreográfico, pero con la misma juventud, está la obra de Silvina Grinberg, 12 saltos, con un elenco de 12 alumnos de danza, dentro del que destaca una cantante increíble, que finalmente será acompañada por una baterista y un teclado que abordará otro de los intérpretes.
Estos datos no son menores. Un despliegue de tal magnitud no puede pasar desapercibido. La obra dura también alrededor de  30, minutos, en los que la idea más clara es reírse muy ingenuamente del hecho mismo de coreografiar, de esa manía de hacer figuras en el espacio, comenzando por el paracaidismo grupal, pasando por los vuelos coreografiados, hasta los besos en coro. Por supuesto, no deja de evidenciarse el homenaje a las películas musicales de los '50, pero también la observación de los programas de cocina, o programas didácticos para niños de la TV. Modelos, todos modelos. 
Quizás el inconveniente que tiene Grinberg, además de trabajar con tanta gente en un espacio no suficientemente amplio, es que su equipo no está integrado por bailarines profesionales, que le sumarían un plus de gracia, de riesgo en el movimiento, que la obra parece necesitar para no ser previsible o no quedarse en el mero chiste. El espectáculo pide no ser teatral, ser danza.  Nos referimos a que, en vez de poner el énfasis en lo narrativo, que de por si ya es claro, habría que ponerlo en la propuesta estética, en este caso en el tempo, en la coreografía llevada a su máxima expresión, incluso para los cambios de escena.

De todas formas, los 12 intérpretes están absolutamente dedicados y concentrados. Los dos varones, especialmente, ponen una cuota de humor desopilante con lo justo de histrionismo.
Publicado en: Críticas

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