Jueves, 16 de Julio de 2015
Miércoles, 01 de Noviembre de 2006

Un amor de Chajarí

“El primer ladrón gime, clavado en la cruz. El segundo ladrón va y le dice: ‘¿Te duele mucho?’. Y el primero le responde: ‘Solamente cuando me río’.” (George Tabori)

Chajarí es un pueblito perdido de Entre Ríos, hoy renacido por el turismo y por sus aguas termales, que están sobre la Ruta Nacional 14 y la calle Padre Miguel Galay, a 2 Km. del centro urbano. Créase o no, hasta tiene su propia página de Internet. Pero este paraíso natural, lleno de belleza y armonía, es VIP. La distancia entre campo y ciudad, pobreza y riqueza, sigue mucho más amplia de lo que nos gusta pensar.
Las posibilidades que tenemos los citadinos de hacer ficción, tomando como tema el campo, siguen estando, indefectiblemente, ligadas al humor. Ojo: no confundir con burla; me refiero a ese humor que, como diría George Tabori, duele cuando ríe. Y hay una poética que se ajusta perfectamente a esto: el grotesco criollo. Nos reímos por no llorar, nos reímos llorando, nos reímos y reprobamos nuestra risa. El desgarro en el alma y la risa en la boca. Sigmund Freud diría que no sólo hay algo de verdad en cada chiste que se dice, sino que es, justamente, gracias al chiste, que la verdad sale, porque de otro modo, es tan intolerable que mejor reprimirla. Algo de todo esto parece haber en un país en el que supuestamente ganaron los federales y perdieron los “malditos unitarios”. Si lo dice Esteban Echeverría, debe ser verdad. Pero ¿por qué entonces la brecha entre Buenos Aires y el interior es tan grande? Alfredo Ramos intenta una respuesta, presentándonos un grotesco rural, como él lo llama, que se mete en el riesgoso terreno liminar entre la risa y la burla.
Apenas entramos a la sala nos encontramos con una piecita atiborrada de cosas rotas o inservibles, ventanas sin vidrios, heno en el piso y en la cama, vemos una ¿entrada a una mina? en el medio del comedor y, a su lado, una cortina sucia a modo de puerta. Responsabilidad de Félix Padrón (con un toque de Norberto Laino), este espacio resume la pobreza decadente, la esperanza ridícula. Una escenografía naturalista ciento por ciento, donde los personajes comen comida de verdad y beben bebida de verdad. Claro: la base del grotesco es el realismo. Pero en versión siglo XXI, ese realismo está puesto explícitamente dentro de una caja teatral. Las paredes no llegan hasta el techo, por lo que vemos la parrilla de luces y un poco más allá. El artificio se nos hace evidente.
Suena una radio mal sintonizada y una voz nos anuncia “Transmite Radio del campo en NT15, Radio del Sur”, un canal para localidades carentes de comunicación. Mensajes de los más variados revelan la vida por esos pagos, donde evidentemente la “era de las comunicaciones” todavía no arribó. Los espectadores, teniendo que apagar los teléfonos celulares y radiollamadas, no podemos menos que sonreírnos ante esta situación que ahora nos acerca. También nosotros estamos aislados, por lo menos durante una hora.
Los cuatro personajes, magistralmente compuestos por Analía Sánchez,  Eugenio Soto, Karina Frau y Gabriela Moyano transforman la trama melodramática en una obra de humor denso y negro, en la que nada falta: la gloria pasada que contrasta con la miseria presente, el pobre personaje que ha quedado lisiado, el hijo que no llega, los triángulos amorosos, el personaje misterioso que no es lo que parece, los sueños frustrados. Un amor de Chajarí tiene todo para ser una perfecta telenovela de las tres de la tarde, pero lo políticamente correcto se acaba antes de la primera escena. Con referencias desde Mary Shelley (Frankenstein) hasta Ibsen (El pato salvaje), con un techo que se descascara y se cae, la obra nos sume en una desesperación difícil de soportar por otro medio que no sea la risa.
Como pasaba en Rancho, de Julio Chávez o en Continente viril, de Los Macocos, estos personajes son realidad y son metáfora. La brutalidad del trato y de la palabra va de la mano de la pobreza, la ignorancia y también de la maldad. Así y todo, hay quienes están peor que ellos. Pero este humor despiadado, siniestro, no es pura burla: es grotesco. Y el grotesco sólo funciona cuando nos sentimos identificados y nos caemos junto con el personaje. En definitiva, cuando el humor negro está dirigido también hacia nosotros mismos.

Publicado en: Críticas

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