Lunes, 05 de Enero de 2015
Viernes, 16 de Junio de 2006

Los cuatro de Kuala Lumpur

Por Karina Mauro | Espectáculo Kuala Lumpur

Sobre la base del célebre esquema “ascenso, apogeo y caída”, tan caro a las películas sobre bandas de rock y boxeadores, al que se le suma un cuarto momento que podríamos denominar “renacimiento”, Gustavo Tarrío  y el Grupo Sanguíneo construyen la historia de cuatro actores que conforman un grupo creativo.

La historia se eslabona a lo largo de las supuestas obras creadas por ese equipo, y es una jocosa parodia de lo que puede apreciarse en la cartelera local. Desde el existencialismo-marxista, hasta la tecnologización de la escena (tan plenamente instalada en los festivales internacionales), desde el rescate de lo regional, hasta el hermetismo de la performance, todo lo que pasa en Kuala Lumpur adquiere esa doble pertenencia que lo hace participar del interior de la fábula, pero que se abre al exterior como irónico comentario de los vaivenes del teatro porteño, debatiéndose eternamente entre la moda y la creación genuina. Mantenemos en secreto los deliciosos títulos de estas obras imaginarias, para deleite de los futuros espectadores.

Como no podría ser de otra manera, la obra se cimenta fundamentalmente en las actuaciones, sobre todo en la construcción de los cuatro personajes. Las características externas e internas de éstos, están delineadas con exactitud, aspecto que se convierte en el artífice tanto de la trama, como de la representación de las relaciones dentro del grupo. Los actores hacen mucho con pocos elementos. La escenografía es mínima y el espacio escénico del Callejón se utiliza por completo, con los acertados agregados del área posterior a la platea (transferida a escena a través de la voz) y la sección de camarines, ubicada en lo alto.

La actuación requiere la entrega corporal de los actores. Nuevamente se recurre a la mirada a público, esta vez con la excusa de la conferencia de prensa que el grupo está ensayando, de cara a un esperado regreso a las tablas. En respuesta a estas exigencias, el grupo (el verdadero) se evidencia muy homogéneo, por lo que nadie desentona.

Quizás pueda reprochársele a la obra una duración algo excesiva y la apelación a cierto estilo de actuación “canchera”, aquella que muestra todo lo que se puede hacer sin que al actor se le mueva un pelo, donde nadie queda feo, ni ridículo, ni tonto, ni ninguna de esas cosas que ya no se estilan. Sobre todo en el momento de la “caída”, donde todos muestran una derrape fashion a lo Leticia Brédice en revista “Caras”, algo que seguramente no se parece mucho a caerse en serio.

Más allá de estas observaciones, la obra capta a la perfección algunas perlitas del mundillo actoral y de los grupos en general. De manera tal, que lo que queda configurado con mayor claridad es la silueta del actor, a la que se le hace abordar (casi) todas sus facetas: el actor estrella, el actor de castings, el que le toma el casting, esa extraña fauna de seres que no son actores pero que comparten su histeria (acaso la superen), mientras alucinan experimentar el poder, el actor de festivales, el actor en gira, el actor drogón, el actor que piró, el actor del delirio místico, el actor que pone el cuerpo, el actor que pone la voz, el actor que “se cargó” al director, el actor del “todos con todos”, el actor del “todos con el director”, el grupo de teatro con sus secretos, sus hitos y sus mitos…

Y finalmente, el actor del futuro. Chiquito, pero en crecimiento, avanza hacia la platea. Lo hace con ayuda de un carrito porque tiene piernas cortas, se tapa la cara porque tiene vergüenza y usa micrófono porque no le da la voz. Pero mira a público (¡¡gracias a Dios, salió posmoderno!!). Y avanza…
 
Epílogo:
Y sí, el actor argentino ha pasado por todo. ¿Le quedará algo por intentar?

Publicado en: Críticas

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