Martes, 06 de Enero de 2015
Lunes, 24 de Abril de 2006

El recurso del exceso

Por Karina Mauro | Espectáculo Dakota freak show
En primer lugar, acotemos que el espacio Absurdo Palermo no cuenta precisamente con pocas localidades y se halla, durante la función a la que asistimos, casi colmado. Ahora hablemos de Dakota Freak Show. Las hermanas Dakota son tres o cuatro (según el programa son cuatro, según la puesta son tres) muchachos travestidos, que tienen visiones coreográficas y organizan un concurso de freaks cuyo premio es un viaje a Miami. Así, lo bizarro se instala desde el programa de mano. Freak es una palabra anglosajona muy instalada en el ámbito juvenil durante la última década y media, que designa un poco jocosamente, un poco admirativamente, un poco totalitariamente, a todo aquel que se desvía de la norma mediante un rasgo excesivo. El show de las Dakota presenta a un grupo de concursantes que compiten por quien da más: quien introduce más lápices en su anatomía, quién baila más estilos durante el menor tiempo, quién tiene el mayor peso óseo, quién tiene las habilidades corporales más bizarras, quién es más. Quién más, quién menos; todos son excesivos. El recurso del exceso, que ya ha patentado el nombre de estética, es algo muy utilizado en los últimos años. Quizás pueda buscarse su origen en las experiencias de los 80, ir más allá y rastrearlo en las performances de los 60, o bien internarse más lejos aún e indagarlo en los espectáculos revisteriles de todas las épocas (de todas las épocas de abundancia, obviamente), todas éstas, fuentes de lo más diversas. Habrá que hacer un examen profundo para ver qué quedó de cada una en cada espectáculo o en cada creador. Lo cierto es que el exceso, en su vertiente muscariana, parece haberse impuesto y el público lo aprecia. El espectáculo de Santiago Calvo está basado en la proliferación de recursos: proyecciones, coreografías, música bolichera, patines, varios cambios de vestuario, títeres, papel picado, cintas, simultaneidad de situaciones, gritos, caídas, peleas, corridas, alguien que habla con acento paraguayo (recurso cómico que siempre es bien recibido) y, por si esto fuera poco, un repollo trozado que vuela por sobre los espectadores. Los actores se muestran bien amalgamados como grupo y salen airosos de estas situaciones, merced a una buena preparación física y al manejo de los imprevistos (en este sentido hay que destacar la labor de la hermana Jay Dakota). No corre con esta suerte el aspecto verbal, dado que la falta de una buena dicción y proyección de la voz hace perder algunos de los gags más interesantes. Lo cierto es que el ritmo farragoso es el principio constructor de la obra y el espectador porteño parece haberse acostumbrado al bombardeo de fragmentos, partículas de situaciones escénicas (ya sean dramáticas o cómicas) que muchas veces no llegan a alcanzar su clímax cuando ya están siendo suplantadas por otras. [Párrafo aparte: casi todos los concursantes, a decir verdad, todos menos uno que compite en equipo con una señorita, son mujeres. De un tiempo a esta parte, la visión de la mujer en las obras humorísticas es curiosa: la mujer es masculina, tonta, histérica o grotesca. No sabemos si lo empezó Almodóvar, si ya venía de antes y a dónde va a llegar. Lo cierto es que no hay una representación de la mujer más allá del estereotipo. Como contrapartida, el hombre travestido parece ser la mujer perfecta, la mujer medida, la mujer en su punto justo (pongamos por ejemplo a la hermana Bird Dakota). Podemos decir, con razón, que estas obras son para divertirse. Con más razón entonces, debemos preguntarnos por qué la mujer que hace reír es la desfasada. Y por qué la mujer sigue haciendo reír como objeto y no como sujeto]. Queda otra cuestión por indagar y tiene que ver con la instalación de estos espectáculos en la cartelera porteña. Lo que antes era concebido para escandalizar, ahora es quizás garantía de éxito. ¿La estética de “lo raro” se ha legitimado? ¿Puede relacionarse esta estética del exceso y del desenfreno con las experiencias de los primeros años ochenta, post dictadura? ¿Tiene el mismo efecto? ¿Se ha cristalizado? ¿La estética del exceso es la expresión de una nueva forma de percibir, que sólo resiste lo inmediato, lo rápido o lo fragmentario?, ¿o es el horror vacui de nuestro tiempo (tiempo en el que el horror vacui es quizá más horroroso que nunca…)?
Publicado en: Críticas

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