Viernes, 02 de Enero de 2015
Miércoles, 07 de Septiembre de 2005

Fotos de infancias

Si yo escribo: es un espacio vacío estilo caja italiana con paredes blancas, piedras planas conforman el piso, en foro a la izquierda del espectador un banco de madera y un árbol con las ramas desnudas ¿En qué piensan? Pues no, no es Esperando a Godot, porque si miramos más detenidamente empezamos a ver una bandera argentina y pequeñas cosas colgadas de ese árbol. Y además en este caso Godot entra, llega en forma de un pasado imaginario que se actualiza en escena gracias al trabajo de Claudio Benítez, Catherine Biquard, María Cecilia Miserere, Gustavo Monje, Ignacio Oliveros y Clara Virasoro. La obra surge a partir de escenas que los actores, dirigidos por Berta Goldenberg y Juan Parodi, improvisaron a partir de siete fotografías para que más tarde Jorge Goldenberg pudiera plasmarlas en papel. Interesante conjunción eso de trabajar con dos dispositivos tan opuestos, uno que congela el tiempo (la foto) y otro que lo evidencia inasible (el teatro). Por fin una gran puerta en foro se abre y, desde la oscuridad, los actores que darán vida al pasado entran a escena. Toda la obra gira en torno a los instantes previos y posteriores en los que fueron tomadas esas fotografías, recreados imaginariamente, que nos ayudan a conformar un espíritu de época, una noción de mundo, una ideología y un tipo de relación humana distinta cada vez. La función se transforma, gracias a algunos objetos pregnantes, en un viaje a través del túnel del tiempo de distintas infancias, sin actuaciones “clisheteadas” ni situaciones anquilosadas. Y eso es algo muy meritorio, pues no es nada sencillo interpretar a personas menores de doce años sin caer en lugares comunes, mal hablados o aniñados. El escenario vacío, tan maleable que puede transformarse en cualquier espacio imaginario, impregnado por una luz tenue, tiñe a toda la obra de una continua sensación onírica. Tan interesante como este periplo que se detiene en una imagen es el armado y desarmado de cada situación. Como no todo el elenco participa continua y simultáneamente en la escena, esperan sentados en los laterales sin interferir, como si fueran espectadores. El efecto de realidad permite que hablemos de una instancia casi post-dramática, es decir, una instancia en la que no es fácil diferenciar al actor del personaje. Sabemos que por más que no participen en esa escena el sólo hecho de estar arriba del escenario los transforma en personajes, aunque más no sea de sí mismos; pero igualmente dudamos. Se abre entonces un juego de cajas chinas que pone en cuestión el mismo estatuto de realidad: posan para la foto original, representan imaginariamente las circunstancias de esa foto, ven desde personajes que representan a ellos mismos las escenas de sus compañeros y finalmente nosotros, espectadores, vemos todo el conjunto y nos preguntamos ¿Quién nos ve a nosotros? El teatro del mundo nunca fue más claro. El delicado trabajo de todo el equipo de Fotos de infancias permite esta puesta en abismo de la realidad, entre el humor y la nostalgia por una niñez que se evidencia irrecuperable, igual que el teatro.
Publicado en: Críticas

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