#1 Héctor Ángel BenedettiPublicado el 05/01/2004 a las 19:56:09Azucena Maizani en el teatro
Desde 1922 que Azucena Maizani (1902-1970) trabajaba en el teatro. Había debutado en la vieja sala Apolo, en la obra “El bailarín del cabaret”, de Manuel Romero. Azucena llegó respondiendo a un aviso en el diario en que solicitaban chicas para el coro, y quedó. En esa misma noche, Ignacio Corsini estrenó el tango “Patotero sentimental”.
Al año siguiente conoce a Enrique Delfino, quien intercede para que sea incluida en el sainete de Alberto Vaccarezza “A mí no me hablen de penas”. El 23 de julio de 1923 estrena el tango “Padre nuestro”, de Delfino y Vaccarezza. (“Padre nuestro” fue su primer gran éxito en el disco, a fines de 1923: Nacional Odeón Nº 11.###, con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Canaro).
En 1924 tuvo un importante papel en la obra “Ma chi fu”, en el teatro Smart. Luego se presenta en el teatro Argentino formando parte del elenco de “Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina”, de André Mouezy-Eón y Robert Francheville, con Florencio Parravicini; allí, la cantante estrena los tangos “Cascabelito” y “La cabeza del italiano”. Como puede verse, su carrera teatral comenzó bien, lo que en poco tiempo le permitió convertirse en una figura importante.
Lo suficiente como para que sea reconocida en los teatros suburbanos, donde las novedades del Centro tardaban, a lo mejor, un lustro en llegar.
En 1924 llegó al Roma, el célebre teatro de Avellaneda, como miembro de una compañía. La obra representada exigía que Azucena apareciese cantando un tango vestida de hombre, lo que pasó a ser una especie de sello personal: para el cierre de la película “Tango!” (Moglia Barth, 1933) todavía podía vérsela con atuendo masculino. Pero no nos vayamos de 1924. Año en que una transformación así podía resultar chocante entre el público.
Fue lo que pasó. Un sujeto de la primera fila empezó a insultarla con insolencias tan graves, que Azucena salió del escenario y se ocultó entre bastidores. Pero el resto del público no comprendió bien la situación. Tomaron la huida como un desplante e hicieron una quejosa silbatina. Sin ella, el espectáculo siguió “a los ponchazos”. Al terminar, el empresario la obligó a salir nuevamente a escena, y todo fue peor que antes. El chiflido se volvió ensordecedor, los pataleos retumbaron por toda la acústica del teatro y empezó una lluvia de hortalizas contra Azucena. Incluso se fueron a esperarla a la salida, para pegarle.
El sujeto de la primera fila se dio cuenta de la calamidad que había provocado. Arrepentido, convocó a la horda y explicó que el culpable era él, que la artista no merecía aquel menoscabo. Poco a poco fueron despejando el hall y Azucena, ya casi a las tres de la mañana, pudo retirarse.
Cuando a la noche siguiente la cancionista retornó al escenario del Roma, el público, en desagravio, la cubrió de flores.
Desde 1922 que Azucena Maizani (1902-1970) trabajaba en el teatro. Había debutado en la vieja sala Apolo, en la obra “El bailarín del cabaret”, de Manuel Romero. Azucena llegó respondiendo a un aviso en el diario en que solicitaban chicas para el coro, y quedó. En esa misma noche, Ignacio Corsini estrenó el tango “Patotero sentimental”.
Al año siguiente conoce a Enrique Delfino, quien intercede para que sea incluida en el sainete de Alberto Vaccarezza “A mí no me hablen de penas”. El 23 de julio de 1923 estrena el tango “Padre nuestro”, de Delfino y Vaccarezza. (“Padre nuestro” fue su primer gran éxito en el disco, a fines de 1923: Nacional Odeón Nº 11.###, con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Canaro).
En 1924 tuvo un importante papel en la obra “Ma chi fu”, en el teatro Smart. Luego se presenta en el teatro Argentino formando parte del elenco de “Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina”, de André Mouezy-Eón y Robert Francheville, con Florencio Parravicini; allí, la cantante estrena los tangos “Cascabelito” y “La cabeza del italiano”. Como puede verse, su carrera teatral comenzó bien, lo que en poco tiempo le permitió convertirse en una figura importante.
Lo suficiente como para que sea reconocida en los teatros suburbanos, donde las novedades del Centro tardaban, a lo mejor, un lustro en llegar.
En 1924 llegó al Roma, el célebre teatro de Avellaneda, como miembro de una compañía. La obra representada exigía que Azucena apareciese cantando un tango vestida de hombre, lo que pasó a ser una especie de sello personal: para el cierre de la película “Tango!” (Moglia Barth, 1933) todavía podía vérsela con atuendo masculino. Pero no nos vayamos de 1924. Año en que una transformación así podía resultar chocante entre el público.
Fue lo que pasó. Un sujeto de la primera fila empezó a insultarla con insolencias tan graves, que Azucena salió del escenario y se ocultó entre bastidores. Pero el resto del público no comprendió bien la situación. Tomaron la huida como un desplante e hicieron una quejosa silbatina. Sin ella, el espectáculo siguió “a los ponchazos”. Al terminar, el empresario la obligó a salir nuevamente a escena, y todo fue peor que antes. El chiflido se volvió ensordecedor, los pataleos retumbaron por toda la acústica del teatro y empezó una lluvia de hortalizas contra Azucena. Incluso se fueron a esperarla a la salida, para pegarle.
El sujeto de la primera fila se dio cuenta de la calamidad que había provocado. Arrepentido, convocó a la horda y explicó que el culpable era él, que la artista no merecía aquel menoscabo. Poco a poco fueron despejando el hall y Azucena, ya casi a las tres de la mañana, pudo retirarse.
Cuando a la noche siguiente la cancionista retornó al escenario del Roma, el público, en desagravio, la cubrió de flores.