Opiniones sobre Segundo Cielo

  • 23/04/2008 00:10
    Delia 2
    La obra es MUY BUENA. Una sale pensado: ¿qué queda de las vanidades o ambiciones pequeñas?, ¿o de las pequeñas conspiraciones?, ¿de los celos? ¿Y de los anhelos más puros, qué?
    Cada personaje consigue develar su humanidad: la contradicción entre los puros intereses, la necesdad, las limitaciones, y cada uno, a su tiempo, logra develar que aferrado "al borde del corazón", digamos, permanece lo que más deseó.
    Genera melancolía y calidez. Hay juego entre lo trágico y lo patético; lo cínico y lo irónico; de esto, considero, se desprende lo que se recibe como instantes cómicos o que, al menos, provocan risa (y realmente la provocan).
    "Viven" en permanente evocación. Toda esa confusa y constante voluntad de aligerar, volver natural, cada situación genera climas amenazantes o hilarantes.
    Todo ha quedado atrás y todo está ahí para reconocerlo, aceptarlo y resignarlo para siempre. Pero nadie está obligado; puede permancer todo así...
    Hay algo de "sueño" cruel que se patentiza en Elsa; desde la aparición en escena corporiza el gran pesar y casi todo el drama se la ve como si caminara a orillas de un profundo precipicio. Le van destruyendo su refugio de olvidos y de idealizaciones con tenacidad de gota que golpea un mismo sitio.
    A fuerza de ficción, esta obra pone la realidad entre espada y pared. Nos obliga a repensar la propia vida.
    Sin esas muy buenas actuaciones, tal vez no me hubiera gustado tanto. No lo sé...
    Stella Matute estás brillante. Unos besotes al elenco.
  • 22/04/2008 15:33
    Fernando M
    Casi toda la literatura sagrada ubica al segundo cielo como “la morada de los ángeles”. El Padrenuestro dice: “Padre Nuestro que estas en los cielos”, y la Biblia –casi en su totalidad– se refiere al cielo en plural. Si Dios habita el tercer cielo (o uno aún superior) va de suyo que hay, por lo menos, un primero y un segundo. Se supone que el primer cielo es el visible, al que se tiene acceso –mediante la vista– o sea que ese primer cielo (la atmósfera) es parte de la realidad (según Platón, “el mundo sensible”). El segundo es un estado intermedio en el que habría compartimentos superiores e inferiores según la jerarquía angélica. Hay cartas de San Pablo que así lo explicitan.
    Bien, en la inteligencia que la ciencia no es fe, podríamos decir que el psicoanálisis ha ido evolucionando y ha tratado de hallar, en la complejidad metafórica, explicaciones racionales para estos estadios del alma. Convengamos en dar a esta definición tan sujeta a discusiones (alma) la que le daban los antiguos griegos, es decir: no pensemos en el alma como algo definitivamente etéreo, sino como el estado más sutil de la materia. Y, en tal caso, como lo hacen los modernos científicos echemos la luz posible sobre lo desconocido y convengamos que es eso que llamamos “conjuntos vacíos” o “agujeros negros”.
    Nadie ha podido responder a la pregunta: “¿Qué quiere una mujer?”, quizá los seguidores de Freud con definiciones tales como “continente oscuro”, “enigma sangroso”, etc. también hayan tratado de nombrar lo inexplicable. Lo cierto es que vigilia o pesadilla, espacio donde se pesa el alma o limbo, el segundo cielo de esta Elsa (que andá a saber si se llama Elsa), una mujer que toma conciencia de haber sido “dejada” una vez más, se parece mucho a un vestíbulo del infierno. Los personajes del mundo de Arlt (propios del existencialismo de la época en que la anarquía oscilaba entre el ateísmo, el agnosticismo y las más extravagantes creencias esotéricas) reciben a una mujer que se presenta como un “juguete del destino” ante su “amor imposible”, “la otra”, “el otro”, “lo que no fue”.
    La llegada de Elsa a éste, su propio territorio inalcanzable, puede entenderse como un prolegómeno de la muerte. Quizá sí, quizá no.
    Lo más accesible a nuestra estructura intelectual, puede ser pensar que ese territorio donde los opuestos coexisten sin contradicción, donde el tiempo se ordena con lógica propia y donde el espacio no tiene fronteras, es: “nada”.
    Pienso que con Segundo Cielo, de María Rosa Pfeiffer, Manuel Vicente ha tenido el coraje de sumergirse en esta búsqueda, ha apostado a la economía de recursos (no confundir con “minimalismo”) y ha dejado en claro que no hay certezas, lo que no significa que él no tenga sus propias convicciones. Este tipo de apuestas estéticas, entiendo que sólo pueden sostenerse cuando un colectivo de personas se enrola en la ética del trabajo.
    Una pieza, en suma, que a la pregunta: “¿Qué quiere una mujer?” se atreve a contestarle: “no sé”.