Opiniones sobre Cinco minutos la vida

  • 09/06/2008 14:14
    Carlos A
    Reír. Son pocas las reacciones más placenteras a las que podemos aspirar que superen el mágico encanto de la risa. Por instantes olvidamos las amarguras de este mundo y todo parece más fácil y posible.
    No hay momento más comunitario que el de la risa. Nos unificamos en una carcajada que expresa el sentir colectivo, unánime, de los presentes.
    Por ello es tan difícil hacer reír. Es preciso “convencer” a todos.
    Es ésto lo que ocurre en el espectáculo escrito y dirigido por Manuel Villarrubia Norri, “Cinco minutos la vida”.
    Definido por sus hacedores como un “meloteatro” la obra posee una profunda simplicidad.
    Satiriza los melodramas de las telenovelas apuntando, a través de acciones, gestos y situaciones, a lo recargado de ese género pero también a cierta característica de realidad que provoca su mantenimiento y su consumo por grandes capas de la población.
    El melodrama, la radionovela, la telenovela siempre han sido considerados expresiones menores y bastardas de la expresión teatral, radial o televisiva. Algo de razón hay en ello debido al uso narcotizante que los medios de información masivos hacen de las mismas.
    Sin embargo, en esa doméstica que se enamora del señorito, hay un sueño de igualdad. “El amor, como la muerte, todas las cosas iguala” decía Don Quijote a Sancho Panza. Y tiene razón.
    La discriminación de clase está presente en esos textos simples y esquemáticos con los que miles de personas se identifican, lloran y ríen.
    Villarrubia Norri toma el camino de la sátira pero lo hace con respeto y humildad. No se coloca en el podio de los soberbios. Se acerca al melodrama con ternura y cariño y trasmite en su obra y en su puesta precisamente esas sensaciones.
    Las acciones que ejecutan los personajes están marcadas y subrayadas por efectos musicales y por el modo “distanciado” con el que los actores las realizan. Podemos ver en ellas una reflexión, un punto de vista crítico, un aleph a través del cual es posible repensar lo que vemos. Por ello no se trata de una parodia, sino de una sátira. La parodia apunta a lo epidérmico, la sátira a lo substancial, a lo ideológico.
    La puesta es muy simple. Un escritorio y una estatua de Cupido son los únicos elementos escenográficos. Está muy bien. ¿Para qué más? Con esos dos elementos los actores son capaces de crear las situaciones necesarias con llamativa riqueza.
    El vestuario es juguetón y creativo. Esas zapatillas marca “Flecha” de María Pompeya son la síntesis del cuidado y la coherencia con las que Director montó la pieza.
    El trabajo de los actores es excelente:
    Julieta Sangenis compone un personaje desopilante en su Martha (con “h”) Esther (con “h”) Sosa López de Izaguirre. Su capacidad expresiva, sus gestos, sus ojos, sus tiempos son perfectos para construir el estilo requerido. Julieta hace reír. Y mucho. No es fácil, repito. Y ella lo logra con creces.
    Daniel Fernández como Luis Alberto Izaguirre aporta un excelente trabajo corporal además de sus condiciones actorales. Maneja, al igual que sus compañeros, con precisión matemática los objetos de escena y compone un personaje pleno de aristas y pliegues.
    Manuel Villarubia Norri interpreta a María Pompeya, la doméstica. Su trabajo es sólido, excelente. No construye sólo el arquetipo, la máscara, de la sirvienta. Va más allá, nos muestra calidez, humanidad, espesor.
    Las luces y la música acompañan con coherencia la puesta en escena. El maquillaje de René Ahualli es justo y adecuado y el vestuario de María José Álvarez se luce.
    ¡Qué bueno es ver teatro y no aburrirse!
    El elenco de “Club Concert” logra lo que el teatro, prioritariamente, debe lograr: entretener. Ello no es propiedad exclusiva de la comedia. También una tragedia entretiene. La cuestión es no transitar por el “Teatro de la nuca”, ese modo aburrido y poco vital en donde los actores ven como se van alejando las nucas de los espectadores.

    Carlos Alsina.
  • 07/06/2008 12:08
    Sebastián G 2
    Una obra llena de humor, absurdos y un melodrama patéticamente centroamericano. Desde que comienza hasta el final el espectador se divertirá impecablemente. Esteticamente la puesta es magnífica.

    Desde el inicio, Cinco minutos la vida, atrapa. Pensada estructuralmente como un melodrama, tan patético como sus personajes. Las actuaciones de Julieta Sangenis, Manuel Villarrubia y Daniel Hipólito Fernández son de lo mejor.

    Cada detalla está pensado hasta en lo más mínimo. La música acompaña de manera acorde cada momento, generando la tensión requerida. En otras oportunidades distensión, o silencio para que los actores desplieguen un lenguaje, claro, gracioso, impactante pero no menos interesante.

    La escenografía es simple. Un sillón, un escritorio con papeles, teléfono y el cartelito de Luis Alberto Izaguirre, un millonario a punto de quebrar. Su esposa Martha Esther Sosa López es la típica ricachona, banal y malvada que contrata a María Pompeya, una mucama que se enamora de Alberto.

    En este enredo las gesticulaciones de los personajes son imprescindible para generar las risas en el público. Otro punto estéticamente brillante es el vestuario que roza la tendencia kitsch, bastante ochentosa, una delicia.

    A medida que transcurre la historia se generarán algunas incógnitas. Como no podía ser de otra manera, el motor del conflicto será el romance entre la mucama y el millonario. Él un hombre bueno, poco inteligente, cobarde y bastante gracioso. La sirvienta, tímida y apichonada, también soñadora. Por último, la Señora, una mujer altanera, agresiva y prepotente.

    Cada escena es tan cómica como pensada. Y los ritmos impuestos a lo largo de la obra son bastante vertiginosos. Los diálogos, cómicos hasta el hartazgo, gozan de tonadas tucumanas, centroamericana o más bien lenguaje neutro, una divertida mezcla.

    La sorpresa, la constante acción y el humor le dan forma a una obra que se disfruta en su totalidad.