02/08/2014 19:31 María L 4 Grandinetti tiene que darle vida a un texto extenso y lleno de matices, camina todo el escenario, lo transpira, transforma la escenografía, además se viste y se desviste haciendo todo lo posible con su cuerpo para darle vida a un trompetista que cuenta la vida de un gran pianista que vivió toda su vida en el océano, en el final pasa de tercera a estar en primera persona y debe ser Novecento, acá sentí que no hubo la necesaria magia, al menos no me conmovió con ese momento tan significativo para lo que venía ocurriendo (fuera de ser justamente el culminante).
Para que se mantenga la energía, y no decaiga su historia, están dados los recursos visuales bien pergeñados por su director y colaboradores, efectos que imagino luchan contra ciertas densidades en las que pueda decaer la atención del espectador. Recursos que vengo viendo seguido, golpes de sonido que te sacuden en la butaca (algún día moriré de paro cardíaco ante estos estruendos), además están las bellas luces y la música para llevarte al clima necesario. Me pregunto si funcionan como recurso para mantenerte atento. ¿?
Un buen texto y un buen actor no los necesitan pero para el circuito comercial parece últimamente imprescindible.
No sirve que te estés moviendo como loco por un escenario y repitiendo con justeza un texto, que te sacudan con luces y sonidos estridentes si no podés mostrarte en carne viva cuando el personaje lo requiere.
Se puede decir que se pasa un buen momento con la obra, que es un trabajo digno, pero no deja huella.
22/07/2014 16:22 Eduardo 173 Unipersonal en tercera y a veces en primera persona del musico Novecento que vivio toda su vida en un crucero. La historia al ser un relato en su mayoría pierde fuerza volviéndose por momentos algo densa. La actuación de Grandinetti es buena pero no alcanza para hacerla entretenida. La dirección y puesta muy buenas, realmente es lo que mas rescato, la ingeniosa utilizacion del espacio para recrearnos el estar a bordo.
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