Opiniones sobre El castigo sin venganza

  • 08/04/2012 23:05
    Geo M 35
    Excelente trabajo de los textos. Impecable dirección. Bellísima obra y puesta en escena, impresiona por donde se la mire.
    Uno sale con el alma erguida de tanta poesía y el corazón tocado por identificarse con los caminos que la humanidad recorrió y sigue recorriendo por amor.
    Con semejantes textos, uno encuentra palabras que muchas veces no pudo decir o no pudo encontrar. Vayan a verla.
  • 02/04/2012 19:53
    Leticia 92
    Confieso que al principio me costó acostumbrar el oído a los diálogos tan literalmente interpretados, pero después de unos minutos llegó a ser un deleite escuchar a los personajes y sumergirse en cada una de las escenas. Felicito el trabajo y el compromiso con la obra. Muy recomendable.
  • 02/07/2011 15:21
    Sara 56
    Excelente actuación, hablaban en verso como si lo hicieran habitualmente. Un placer para ver y oir. Mis felicitaciones a todo el elenco.
  • 18/06/2011 12:07
    Mabel 3
    Pude entender la historia, que para este tipo de textos es complicado. Muy buen trabajo de todos!
  • 13/06/2011 23:40
    Natalia F 56
    “(…) La tragedia dista tanto de ser una manifestación del pesimismo de los helenos en el sentido de Schopenhauer, que ha de ser considerada, más bien, como el rechazo y el argumento definitivo contra ese presunto pesimismo. Lo que yo llamé dionisíaco, intuyendo que era un puente que llevaba a la psicología del poeta trágico, es la afirmación de la vida incluso en sus aspectos más extraños y duros, alegrándose de su propia inagotabilidad al sacrificar a sus tipos más elevados. Y ello, no para liberarse del horror y de la compasión, ni para purificarse de una pasión peligrosa descargándola vehementemente, como lo entendió Aristóteles, sino para identificarse por encima del horror y de la compasión, con el goce eterno del devenir, goce que incluye también el placer de destruir...Y con esto vuelvo al mismo lugar del que partí: El origen de la tragedia fue mi primera inversión de todos los valores: de esta forma, yo, el último discípulo del filósofo Dionisio, yo, el maestro del eterno retorno, vuelvo a colocarme en el terreno del que brotó mi voluntad y mi poder...” Friedrich Nietzsche

    Amar y ser amado. ¿Voluntad y poder? No hay mayor miedo, ni más atroz castigo que el de prescindir de estas duplas. Parafraseando una frase de Bentham en su Panóptico: “Cada camarada se convierte en un vigilante', en “El Castigo sin Venganza” cada amado será correspondido, luego traicionado y finalmente castigado. La venganza no será más que el ajuste a la magnitud del desorden de pasiones y pulsiones, voluntades y poderes, mezquindades como aristas de la ¿imposible? tarea de equilibrar el goce y el deber, la pasión y la razón, la tragedia y la comedia. “(…) si es amor no es traición (…)” ¿Pero quién se atreve a afirmar que con esto alcanza? Maquiavelo dirá que es “más seguro ser temido que amado” y que “el temor es miedo al castigo y no se lo pierde nunca” y también que “el fin justifica los medios”. Yo pienso; pobres los que no aman, y pobres los que aman con desenfreno. El prolífero y esplendoroso Siglo de Oro nos ha heredado- por suerte-grandilocuentes piezas como esta. Inagotables respecto de los valores y su tratamiento en un tiempo de la historia del mundo; elocuentemente enaltecidos-denunciados también-algunos se prueban intactos, inmunes, otros, alterados y adulterados durante el denominado progreso de la sociedad, pero todos ellos forman, inexorablemente, parte de nuestra (de) formación. No en vano esta obra es un clásico. Extraordinario, por cierto. Esta puesta, alejada por completo del realismo y respetando en su totalidad el verso-loable trabajo-logra un extrañamiento muy interesante; a pesar de contar con los recursos habituales de la representación, la identificación se produce a través de los significantes y significados linguísticos. El verso potencia ese “desacostumbramiento” a la vez que dota a la escena de una exquisita musicalidad poética. Este teatro, ese lugar para ver, nos ofrece además, mucho para oír. Todos y cada uno de ellos, los actores y actrices, recitan, desde el cuerpo y el corazón, con acabada comprensión y encuentran nuestra emoción y nuestra atención tan profundamente, que conmovidos, discurrimos con nuestra propia pasión y con las reglas del mundo de hoy, que en mucho, se parecen a las de la época que diera origen a este texto. Drama romántico, tragedia y comedia en una excelsa proporción, el amor a primera vista-de allí no se vuelve-, el deber, la moral-férrea enemiga de cualquier pasión-, la virtud, la nobleza, el honor, la honra y la honradez, el heroísmo, la valentía y la cobardía, los celos, y otra vez, la imposibilidad de conjugar este abanico de valores en el complejísimo entramado social y cultural que nos es impuesto. Estos universos, todos, atraviesa la pieza. De forma ambiciosa, tal como lo exige el deseo y la apetencia-sed de vida-de estos personajes. Para compensar tamaño protagonismo de la palabra y los cuerpos, la escenografía es acertadamente modesta, sobria, insinuadora de un modo de organización política y social; enorme y, paradójica, pero no casualmente, llena de grietas por dónde espiar; al ser humano y al teatro. O a éste desde aquél. La iluminación nos habilita lo íntimo y hace de cada rincón del escenario-hermoso-del Kafka, un mundo de secretos y confesiones, refugio oculto para la verdad ante tanta visible mentira. Habrá tensión, deseo, seducción, rebelión, desasosiego, juego, risa y desesperación. Frialdad, reflexión, actuación. Resignación. Moralejas que llegarán al espectador claras, fuertes y bellas. Emoción. Quien escribe se declara una exaltada de la palabra, fanática del teatro, asidua espectadora. Ay! de mí…seducida por las veleidades de esta eximia estructura literaria y admirada-admiradora-de la entrega de estos actores, celebro la osadía de animarse a este texto y aplaudo, convencida-agradecida también-la poesía revivida.

    “(…) Pues, señora, yo he llegado
    perdido a Dios el temor
    y al duque, a tan triste estado,
    que éste mi imposible amor
    me tiene desesperado.
    En fin, señora, me veo
    sin mí, sin vos, y sin Dios.
    Sin Dios, por lo que os deseo;
    sin mí, porque estoy sin vos;
    sin vos, porque no os poseo (…)”