Opiniones sobre El nombre

  • 22/03/2011 12:48
    Natalia F 56
    “Soy una especie de baraja, de naipe antiguo e incógnito, la única que queda del mazo perdido. No tengo sentido, no sé de mi valor, no tengo con qué compararme para encontrarme de algún modo, no tengo nada que sirva para que me conozca. Y así, en imágenes sucesivas en las que me describo-no sin verdad pero con mentiras-voy quedando más en las imágenes que en mí, diciéndome hasta ya no ser, escribiendo con el alma como tinta, útil tan sólo para escribir con ella. Pero cesa la reacción y de nuevo me resigno. Vuelvo en mí a lo que soy, aunque yo no sea nada. Y algo así como lágrimas sin llanto arde en mis ojos secos, algo así como angustia que no hubo me oprime ásperamente la garganta seca. Pero entonces ya ni sé qué fue lo que lloré, en el caso de que hubiese llorado, ni por qué fue que no lo lloré. La ficción me acompaña como mi propia sombra. Y lo que quiero es dormir.” Fernando Pessoa

    Hay aquello tan intenso que por tal no puede nombrarse; lo indecible. Aquello para lo que no existen palabras o si existieran, no las conocemos o tanto les tememos que daría igual. Palabras que están condenadas a ser tragadas, reprimidas, pausadas, negadas. Hijas del silencio, confinadas a la angustia de su propio encierro. Tampoco tendrán nombre porque no lo necesitarán; nadie nunca las nombrará. “El nombre” nos enfrenta con los dueños de estas palabras. Seres extrañados de sí mismos, anestesiados, desamparados. Míseros a su pesar. Abandonados en un tiempo y un lugar; víctimas de su insignificancia acumulan tensiones, renuncian a decir y decirse, se ensordecen y enmudecen todo el tiempo, se van y vuelven pero no están, nunca estuvieron. Duermen. Todo es sórdido en este hogar, mérito de este colectivo teatral. Los silencios son secretos, omisiones, misterios. Conviven estos personajes en un sigilo exasperante, casi en un engaño confundible con la verdad ausente que los une o los unió. Evadidos, se repiten-fantástica utilización de este recurso-y es a través de esa inútil repetición que nos cuentan del hastío, la confusión y la desesperación. Ocultan por cada vez que repiten. Dicen por no poder decir-interesante paradoja-están ausentes pero desde su presencia, no se miran, no se escuchan, fingen que se hablan; sobreviven entregados a una insoportable ficción que es su realidad. Una realidad atravesada por la elipsis, llena de interrogantes que se quedarán en nosotros, una realidad que no puedo nombrar pero que esta ahí… La escenografía de esta obra dice de la falta, de lo que no está. Vemos, los espectadores, lo que los personajes de este autor no quieren ver, y nos acostumbramos-cómo y con ellos-a esos vacíos. Las ventanas y puertas de esa casa se expresan con signos como el viento o la lluvia aunque a veces también les toca callar y su silencio es tan gélido como firme la madera que las compone. El espacio es muy bello, las luces y la música acompañan esa belleza con la inclemencia de lo que allí se contará.
    No sé si un nombre es sinónimo de identidad, o de existencia, o de personalidad, o acaso de pertenencia. No sé si las palabras alcanzan para nombrarlo todo. No sé, tampoco, si el silencio pertenece al campo de la libertad o más bien al de la opresión. Me voy de ese teatro agradecida por tan vivo material y pensando, ya en el orden de la asociación libre, que el lugar de uno está donde está el otro y que sin ese otro, el lugar no es lugar y uno no es uno. Se es nadie, ninguna persona y ni siquiera un nombre puede devolvernos al mazo de dónde nos perdimos o dónde nunca cupimos. También me pregunto ¿adónde va todo lo que no se dice?...
    Y me acuerdo de una canción…”¿Adónde van las palabras que no se quedaron? ¿Adónde van las miradas que un día partieron? ¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón, o se acurrucan entre las rendijas, buscando calor?¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar?¿Acaso nunca vuelven a ser algo?¿Acaso se van? ¿Y adónde van...? ¿Adónde van?”.