Opiniones de Martin D

  • Sola no eres nadie 30

    01/08/2016 06:00 por Martin D 2
    Si hay algo que disfruto al teatralizarme, al someterme a la magia del teatro, es hacerlo con la confianza plena que aporta la garantía de un nombre. Ver un espectáculo con la firma de Mazzei aporta dicha garantía de confianza como si dicho apellido se tratase de una firma de marca reconocida con certificado de calidad.
    También disfruto, al ir al teatro, de la excusa para poder aplaudir de pie. ¡Qué gratificación resulta aplaudir de pie a quien en cuestión de un par de minutos te ha hecho vivir una vida distinta! Por este motivo, es un placer retribuirle al actor, que regala en cada función una parte de su alma, ese recuerdo del beneplácito de su talento que sirve a su vez para regalarnos a nosotros (por un módico precio) un momento inolvidable.
    La marca de dicho talento es ese apellido: Mazzei.
    Hoy en día, y dentro de las tablas porteñas, un verdadero sello de calidad.
    Ahora vamos a la obra: Un personaje inolvidable. Tierno. Seductor. Pero quizás... En la definición de dicho personaje y en su retrato, genera también el texto su propia falla. El personaje fascina y en su fascinación genera incógnitas que el mismo texto que lo crea no contesta. “Sola no eres nadie” nos zambulle en el mundo de una criada paraguaya encantadora, tierna… Una materia prima para un personaje que Mazzei exprime (como suele hacer) para abrirnos la puerta de la ficción que interpreta y encarcelarnos en ella con unos barrotes de los cuales sólo los más duros de corazón (y entendederas) podrían fugarse.
    Ahora bien… ¿Quién es ella? La obra terminó, y no hemos podido saber siquiera su nombre. Se fue. Desapareció con toda su magia y carisma sin siquiera decirnos cómo se llama ni de dónde vino… Sobre todo eso… Sin decirnos de dónde y cómo vino.
    El texto define una anécdota, un instante, demasiado bonito y certero, con un personaje encantador, y por ende, con demasiadas preguntas sin responder.
    ¿Qué la impulsó a venir a Buenos Aires? ¿Cómo ha sido su infancia? ¿Quién fue ella antes de ponerse su primer vestido y añorar las perlas de sus damas? Un personaje tan capaz de amar, te lleva a preguntarte cómo ha sido su primer amor entre otras cosas. En otras palabras… ¿Cómo un personaje tan encantador tiene tan poco para contar? La obra parece breve en extensión, pero quizás lo sea en aquello que el personaje nos obliga a saber de él/ella sin responder.
    Ganas de más.
    Los espectadores vivimos el presente de ella… tan tierna y hermosa…
    Pero nos vamos con la incógnita de saber qué la ha hecho así, quien la ha construido, qué episodios la han originado. Sabemos cómo padece su presente, y eso nos da ganas de saber cómo ha padecido su pasado… Sabemos que ha migrado pero no sabemos qué la impulsó a migrar… Sabemos cómo ha amado su ideal de ser mujer sin saber cómo ha vivido en su origen su noción de ser hombre… Sabemos cuánto significan sus perlas, sin saber lo que ha significado para ella apreciar a quienes han valorado dichas perlas… Sabemos lo que desea, pero sin saber a quienes ha deseado… Hemos visto un presente hermoso y con anecdóticos resultados trágicos, pero sin saber de su verdadero pasado o de su pasado más íntimo. Sin poder entender la explicación de una realidad tan distinta y de un tiempo presente escenográfico tan bello. Dicen que en las tablas, pasado y futuro definen el presente que el espectador vive y reconstruye.
    En “Sola no eres nadie”, sólo existe un presente continuo y bello. Pero a decir verdad, desde la platea, quedan ganas de preguntar.
    Y ante la falta de respuestas te invaden las conjeturas… ¿He visto sólo el primer capítulo? Si así fuese, ese primer capítulo ameritaría cinco estrellas… Pero como sabemos que no habrá secuela ni precuela… desde el vamos… y desde una humilde butaca, uno se preguntaría ante un personaje tan singular… básicamente y en principio: ¿cómo te llamás? Y a partir de ahí… Preguntas… más preguntas… Y el espectador que se topará con una belleza sin respuestas.
    Un espectáculo para ver y ser seducidos por la magia de Mazzei aunque algo abandonados a la vez. Él quiere ser ella… Se entiende… y mucho más cómo lo padece… y aún más cómo su frustración nos habla de la mujer… Pero… ¿Quién es esa mujer? Tierna… Muy tierna… Quedan pendientes respuestas claves como dónde, cuándo, y por qué. Ni hablar de su nombre… Un personaje hermoso que aparece y desaparece por generación espontánea.
    Mazzei… Fenomenal… ¿El texto? Necesitaría exponerse a una conferencia de prensa tras presentarnos a un personaje tan carismático con tan pocas respuestas.
    Y quizás en esa misma carencia se justifique esa culpabilidad ante el hecho de no poder aplaudir de pie la majestuosa interpretación de Mazzei quien tiene la responsabilidad de recrear aquello que no podemos comprender del todo porque como espectador algo falta en ese cuento que nos cuentan… Algo en la historia nos obliga a preguntarnos más… Ella existe y es bonito… La falencia del texto es no explicarnos por qué ni quién, ni por qué ha venido, ni a quien ha amado… ni cuál ha sido el mayor dolor de identificarse con una mujer… ni…
    Muy rico… Un personaje muy y demasiado rico y bonito para tan poco pasado.
    Un espectáculo agradable… una interpretación majestuosa… Un texto que bosqueja una obra a la que uno siente, desde la platea, que puede exigirle mucho más.
    Y eso es todo... Se queda en el recuerdo como una mujer que nos cruzamos azarosamente para lamentar no haber tenido tiempo de saber algo más de ella. Y pensamos: 'Ojalá te vuelva a ver', así podría preguntarte acerca de todo aquello que no contaste.
    En lo personal... Sólo diría que me apuntaría a una secuela... (Siempre y cuando también tuviera la firma de Mazzei).
  • Quien lo probó lo sabe 47

    30/06/2016 03:17 por Martin D 2
    ¿Qué decir? Si dijese “ yo estuve ahí”, ¿sería demasiado dramático?
    Quizás…
    Pero ante una interpretación épica por parte de Mariano Mazzei, sobre un texto legendario de Mariano Moro, sólo se puede decir y agradecer el haber estado allí.
    Ambas “eMes” congenian en genialidad.
    Mariano Moro, su texto, es alquimia pura… Como seguidor de sus obras, podría decir que es finalmente en esta obra que lo ENCONTRÉ (y nosotros, sus fans, sabemos, por haber presenciado sus obras, que es un chacal difícil de encontrar en su propia ficción)…
    En esta obra encontré que nos cede una oportunidad de apreciar su oficio como si se tratase de un guiño. Es aquí, con Lope de Vega de la mano, en esta ocasión, y como alquimista de las letras, que se deja ver en otro… ¿Un personaje? Quizás… Pero principalmente en otro dramaturgo ancestral… En otro dramaturgo que no es ni más ni menos que Lope de Vega…
    Se identifica… Y por ende logra identificar a la perfección, como si realizara una selfie con maestranza de su arte, a Lope de Vega: su vida, sus dolores, sus bajas pasiones que a la vez son sus alegrías, su relación con el presente y su congoja ante la percepción de su propio talento, su oficio, él mismo, la matrioshka con la que el dramaturgo homenajea su propio arte… convirtiendo en príncipe y protagonista de sus andanzas y ficciones a quien ha sido creador de ellas. Una suerte de regalo teatral, artístico, una suerte de mimo a la propia autoestima del creador.
    En otro rincón del cuadrilátero: Otro Mariano… Mariano Mazzei… las cuerdas idóneas y afinadas del lutier… Pule y ahoga de expresión y vida cada nota y matiz del texto hasta convertirlo y adaptarlo a su semblante. Imagínense un cliente exigente que, ante la selección de un traje, le da pautas a su propio sastre para poder vestir a medida un traje para que le calce, pero no meramente “bien”, sino esplendoroso en función de lo que sabe que puede vestir sobre las tablas considerando la materia prima para la que nació…
    Ya…
    Suspenso…
    Ya…
    ¿No me creés?
    Hay que verlo.
    (¡Si ese niño no actúa! Ese actor sencillamente se sube al escenario y está poseso. No existe identidad más que aquel personaje al que optó por someterse. Todavía me sigo preguntando cómo hará para ser él mismo tras una simbiosis tan íntima con su papel. Ese tipo de actor se define con su nombre: Mazzei. Es extraño que sobreviva tras quitarse la piel… No interpreta… Se viste de interpretación. Al igual que un cantante entona una canción, su arte es afinar los matices de cada palabra… Brillante).
    Volviendo a la obra… ¿cuál podría ser la palabra que sintetizara la puesta en escena y que definiría cada función? Una sola… LEGENDARIO.
    Se dice que las brujas no existen pero que las hay: Las hay…
    Para no disentir con el dicho, sería casi secreto confiarles que empiezo a creer que en semejante arte de dos cómplices de la perfección existe un pacto endemoniado entre dos: un dramaturgo tan prolífico y a la vez talentoso que parece ser testigo de centurias… y; por su parte, un cómplice, su actor, que ha sido condenado a portar el rostro ficticio de aquellos personajes que interpreta a la perfección. Es tanta la facilidad con la que uno parece dominar la máscara, que es sospechoso que el otro domine con la misma meticulosidad la palabra. Como diría el sabio de Patoruzú: ¡cosa de mandinga!
    Lo prolífico de la verborragia artística, del repertorio dramático de Mariano Moro, parece provenir de un contrato sellado a la vieja usanza del estudio de abogados del Fausto.
    Mientras que su intérprete, Mariano Mazzei, (¿quién sino sería tan osado?) parece haber repercutido en nuestro tiempo como fiel personaje poseso, contemporáneo, cómplice e impúdico de un rostro sin rostro nacido para mimetizarse cabal y raudamente con aquellos personajes; hoy, a la vez y mientras tanto, el otro Mariano, el Fausto de Buenos Aires, paso a paso, se convierte día a día, función tras función, en el dramaturgo más importante pero no por eso menos discreto de una desagradecida Buenos Aires.
    En síntesis: ESPECTACULAR. ALTA CUISINE para las tablas de esta ciudad. A Mariano Moro y Mariano Mazzei juntos sólo les haría justicia un titular: PLACER. Es ver hoy lo que será antológico mañana. ¿Para qué esperar, no es así?