18/08/2015 20:50por Eduardo 2 Una tarea paralela a la vindicación de la Humanidad ha sido, precisamente, la construcción intelectual de la deshumanización, de la desaparición del Otro. Los fines que persigue esta labor unas veces permanecen ocultos en la voluntad de los 'deshumanizadores', y otras, gritados, vociferados por quienes -generalmente, también en masa- postulan la deconstrucción y redefinición despectivas de los grupos que aborrecen.
Esta impronta de cosificación se ha instalado asombrosamente en el imaginario de todos los 'tejidos sociales'. Las prácticas de interacción se tiñen, hoy, de presupuestos que niegan precisamente lo que no se debería negar: las condiciones de posibilidad de lo Humano.
POLICÍA PARA RATAS exhibe de manera doliente e intensa un perfil trágico de esta evidencia. Lo hace a través de actuaciones de nivel superlativo, que denotan, a pesar del conjunto, la angustia de la esencia negada por el hombre mismo. El muy oscuro y a la vez eficiente texto encuentra en la obra quienes lo recreen en una paridad dramática que quizás merezca escenarios de mayor porte y espectadores más prevenidos, ilustrados, sensibles y hasta quizás 'entrenados' que el simple aficionado.
Las luces (las sombras), la basura y el agua periódica que entendemos sucia edifican -esperablemente, sin brillo- una alcantarilla teatral de la que los espectadores fuimos parte durante la hora de duración de este grito de realidad, cuya esencia última enseña, desde las oquedades voluntarias de una contaminada filosofía práctica, que el hombre es la rata del hombre.
19/07/2015 16:18por Eduardo 2 Cuando vemos la “Mujer en Camisa Sentada en un Sillón”, los que no profesamos la fe cubista nos preguntamos cuándo aparece la Mujer. El sillón, el continente, está bastante claro: asomándose por detrás del pastiche, como un sostén ideológico o un anclaje en la realidad formal. La Mujer, sin embargo, emerge como una descomposición, un despanzurrado en acto, un despropósito en el que las partes parecen más importantes que el todo, que es, además, un todo sin agregados. El observador completa el cuadro, pero no completa la percepción.
El Locutorio es un ejercicio intelectual de aparente incomunicación cuyo continente es un acto de comunicación, en el que las partes inciden sobre el todo presumido y están dispuestas para evidenciar la desconexión. Así como la “Mujer” grita por la aparición de la mujer y a la vez la enaltece a través de la atención dispensada a cada parte, a la espera de una organización –o, quizás, así organizada- El Locutorio parece un ruego de aparición del hombre que dé sentido final a sus emergencias, y que a la vez sospecha una humanidad posible detrás de sus formas. Para eso es necesario mostrarnos con independencia del tiempo, de las circunstancias y de la naturaleza; y hasta batallar contra el horror del “otro” orden, del desorden, de la percepción incompleta.
Más allá de todo, hay que resaltar y hasta quizás
agradecer el coraje y la esperanza de Moscona y de los actores, que también nos interpelan en busca de esa humanidad de la que somos retazos desgarrados, y que nos instituyen –a veces sin merecerlo- como verdaderos interlocutores válidos.