Opiniones de Bernardo C

  • Ojos de ciervo rumanos 2

    30/01/2002 14:47 por Bernardo C 2
    ""Alrededor de este árbol, con retorcido espinazo
    chupa el dragón el gustoso néctar que cae del fruto.
    Cuando el báquico vino masca con torvos quijales
    cáele de su hocico jugo de la uva embriagante,
    tiñe la barba con gotas de purpúireo color.
    Baco, recorriendo montes, ve con enorme asombro
    cómo un jugo encarnado tiñe el cuello del drago""
    Dionisíacas XII 293-362. en ""Dionisios"" de Karl Keréngy.

    En un artículo recientemente publicado en la revista ""Los Rabdomantes"" de la carrera de Arte Dramático de la Escuela de Artes del Teatro de la Universidad del Salvador, me preguntaba como recuperar con los materiales de nuestra época la génesis original del drama, resolviéndolo en una epifanía contemporánea.

    La mitología llamó Titanes, Cíclopes, Gigantes al ""eslabón perdido"" entre los primates y la raza victoriosa de los hombres. Esta explicación no científica que es el mito, no impidió que el homínido no dejara por ello de investigar sus orígenes, de conocer quién engendró a quién: si Urano a Cronos, si Zeus a Apolo, si José a Cristo. Esta investigación genealógica nos ha llevado a cometer verdaderos genocidios en nombre de la ""limpieza de sangre"" humana, de la que no se salvó ni Cervantes hace casi quinientos años. En consecuente certificado de engendro -uno de los documentos fundamentales del ciudadano todavía hoy- intenta aventar toda duda respecto de nuestro antepasado hombre, nada más que humano, simplemente humano, y no bicho, primate, austrolofitecus, o, peor, vegetal. De eso habla ""Ojos de ciervo rumanos"".

    Beatriz Catani presenta en escena un hecho sagrado: el mito del nacimiento del hombre. Pero con los materiales de nuestra época: una familia vulgar donde falta la madre, el Padre es avezado jardinero, la hija, Dacia, despierta a la sexualidad y un jovenzuelo Benya -Benjamín- el hijo menor, quiere ingresar al círculo edípico aunque no sabe muy bien si para ayudar al despabilo de la niña y al de él mismo, o si lo hace para recibir el legado del padre. Catani acerca la mirada a este trío clásico: la falta de la madre hace posible los hábitos maternales casi andróginos del Padre llevando al espectador a la escandalosa sospecha -certidumbre, quizás, si ya ha leído la cita dionisíaca del programa de mano(que no es la del acápite)- que la hija ha sido concebida en un auténtico y solitario parimiento masculino cuasi botánico. Desde la contemporaneidad una familia infectada de jardinería. Desde la historia el génesis de la antropomorfia.

    En ""Ojos de ciervo rumanos"" no hay vestigios ni de Adán ni de Eva ni de Romeo ni de Julieta. No hay un par de procreadores ni un par hominal decidido a serlo.Aparece dramáticamente el misterio panteísta de la creación, el del doble parimiento de Dionisios, Dacia en este caso: hasta el séptimo mes en las entrañas de la frigia Semele, diosa del infierno, y hasta el alumbramiento del noveno en la ingle de su padre el relámpago respalndeciente Zeus.

    Esta epifanía contemporánea es sostenida en escena por la excelente Paula Iturriza, una Dacia dionisíaca, clavada en la tierra rumana como un tirso mágico. Por el también excelente Blas Arrese Igor en su papel furtivo de un Benjamín extranjero y enamorado. Y por el correcto Ricardo González cuya dicción, trabajosa, da mayor espesor a ese Padre horticultor en vías de ser o de haber sido simplemente plantío. Un párrafo aparte merece el acierto de la arbolada escena, cual bosque laberíntico, quizás sagrado.

    Catani hace una lectura dramática inteligente y bella sobre el enigma del principio. Como todo mito revivido, late con vida una vez acabada la representación en el corazón del espectador.

    Bernardo Carey
  • Pájaros Negros

    07/11/2001 16:46 por Bernardo C 2
    La representación teatral es una de las formas de la alucinación. Helena Bamberg y Lorenzo Quinteros tienen el poder de alucinar y de darnos placer en la alucinación. Un placer oscuro, estremecedor, pero placer al fin, si por placer entendemos deleite gratuito del Yo.

    En la tragedia de Marta y Beatriz no hay Otro ni Objetos. El Otro para cada uno de los dos personajes es su hermana, originada en el mismo vientre materno y en la misma simiente paterna y que lleva el mismo, atribulado sexo. El Otro no existe para ellas. Como tampoco existen los Objetos destinados, simplemente a ser destruídos o a ser usados como arma destructora. Para Uno no hay mejor Objeto que Uno mismo.

    Marta y Beatriz sólo tienen labios, cavidades, sistemas digestivos y del gusto. La leche -¿cuál? ¿de quién?- es una fuente de líquido cálido y agradable que recibe el bebé. Marta y Beatriz son una sola. La Otra no existe como tal, la Otra es un Objeto para su satisfacción, para su placer, Y al Otro varón -¡qué diverso!- sólo lo pueden masticar, deglutir para hacerlo entrar en el misterio de su Mismidad. Como cuando los pájaros no eran negros y cantaban.

    Las Instituciones, terceros en discordia, imponen la socialización al individuo desde el mismo instante de su nacimiento, a fuerza de separaciones, de abandonos. Abandono del vientre materno, de la infancia, de la cueva del hogar, de la aldea. La presencia del Otro que rompe esos circuitos cerrados sobre si mismos es un escándalo para el individuo. En la aceptación del Otro se juega el porvenir de las Instituciones, que no por ello no dejan de replegarse, también, sobre si mismas a la manera del técnico que juega con la omipotencia mágica de su pensamiento.

    Pero es en vano. Las significaciones imaginarias -¿sólo en este caso?- no articulan ni construyen el sentido del mundo de Marta y Beatriz. La clausura sobre si mismo se impone como un hecho irreductible, nostálgico, si se quiere, mitificando el paraíso perdido. En todo proceso de humanización, la deshumanización está presente, porque lo inhumano forma parte inalienable del hombre.

    Gracias a Helena Bamberg y a Lorenzo Quinteros podemos hacer este breve comentario.

    Bernardo Carey.