Opiniones de León

  • La secreta obscenidad de cada día 2

    31/07/2004 23:46 por León
    SOBRE UNA SECRETA OBSCENIDAD DE CADA DIA
    A propósito de los veinte años del estreno de la obra del dramaturgo chileno
    Marco Antonio De la Parra


    Un hombre vestido sin pantalones y con un raído impermeable se acerca con cautela a un banco de plaza situado frente a un colegio de niñas de un barrio acomodado y se encuentra con otro hombre, también sin pantalones y cubierto por un impermeable más cuidado. El absurdo es inmediato. Ambos se exponen en una evidente transgresión en un lugar público y donde, por lo demás está ocurriendo una ceremonia oficial. Pero ese absurdo, ese quiebre lógico solo parece tener sentido entre ellos generándoles sorpresa y desconfianza del uno por el otro. A su alrededor una caja negra se superpone a los jardines, a los árboles, a la calle y al colegio. Por ello el foco de atención se centra en sus palabras, en esa textualidad paranoide que impregna sus primeros diálogos. Pero esto no sería nada de extraño y sobretodo en un país en el cual el encuentro con un desconocido llena de ansiedad y tensión como si se tratara siempre de una invasión al espacio privado.
    En efecto el ciudadano que estaba sentado con anterioridad reclama por el derecho a la propiedad privada aunque lo propio esté compuesto por un vicio arrogante y se sostenga en el privilegio de la historia. Y he aquí que resalta lo sorprendente, es decir, de que debajo de esa imagen patética se oculta la omnipotencia que transforma la realidad en omnisciencia, en lugar grandioso y punto de devoción. El secreto de este funcionario privado reside en el sentimiento de superioridad a través del cual logra convertir, en su racionalidad, el mal en bien. Entre tanto el recién llegado aparece como el mellizo ordinario y brutal que persigue y que se burla de los recursos del otro. El vértigo de las palabras parece ir progresivamente rodeando la identidad del mellizo patético, carcomiendo su posición individualista, denunciado su estupidez y su incapacidad para poder sacarse de encima la gruesa materia del intruso.
    Es la fugaz presencia de la realidad externa y su amenaza lo que logra, por primera vez ponerlos en contacto en una misma coincidencia, y, sorprendentemente, despejar el patetismo del mellizo y transformarlo en brutal e inquisidor. Al interior de una repulsiva misión compartirán una intimidad obscena, en la oscuridad, a un costado de las calles por donde circula todo el mundo. En esa intimidad descubrirán lo que son y lo que quisieron ser y lo que fueron, hablarán de aquellos sueños y proyectos frustrados y descompuestos desde el nacimiento, de los múltiples disfraces para transmitir una denuncia degradada y estéril. Ambos mellizos confesarán sus identidades resquebrajadas y rotas en miles de pedazos, confesarán hasta el final de que no saben quienes son y su escepticismo respecto al valor de llegar a saberlo en tiempos en que solo valdría hacer lo que se ha venido a hacer. Mientras tanto cada rol, cada conato de ser se desplomará como caricatura apenas cualquiera trate de tomarlo en serio. En efecto, en cada dilema, en cada enfrentamiento en que esos roles se disputen la verdad, se dejará caer el enorme cansancio que derrumbará a estos seres solitarios, dejándolos, una y otra vez, arrojados a una intimidad desesperada y suicida. Esta complicidad se hará creciente y conmovedora hasta el final, unidos en la misma tarea, en la misma ambivalencia, en los mismos vicios, hasta que muestren, cada uno, el último disparo.
    Ciertamente que cuando esta obra se estrenó, en mayo de 1984, en la sala Camilo Henríquez, en pleno centro cívico de la ciudad de Santiago, significaba una ingeniosa y astuta metáfora dramática de la situación que se vivía en esos momentos y que se organizaba al lado de una plaza, unas cuantas cuadras más allá del escenario en la que se representaba. Sin embargo el hecho de que esta dramaturgia se haya estado montando en los últimos veinte años no sólo en Latinoamérica y Centroamérica, sino que también en Norteamérica, Europa y Asia muestra que la contingencia histórica chilena no fué un referente ni único ni exclusivo. La convivencia entre el afán político y la obsesión perversa no es un tema extraño. Menos aún la irrupción de la obscenidad en el calmado paisaje de la cotidianeidad burguesa. Los complejos y variados estratos en que se desenvuelve simultáneamente la mente humana es un hecho para la investigación psicoanalítica del último siglo y una estética para el arte desde hace milenios. Las incertidumbres frente a la identidad del individuo humano siempre se han dejado ver, fruto de los sometimientos a la cultura y al poder social, por un lado, y por otro, producto de los mecanismos que la mente usa para defenderse de las ansiedades y dolores que la atormentan y la amenazan en su integridad. En este plano la complicidad que entrega la miseria y la marginación y en la que se encuentran los más variados vicios y transgresiones, es constituyente de uno de los modos de sobrevivencia dentro de la sociedad humana. Desde esta perspectiva no sería insólito que muchos de los contenidos de esta obra cobren sentido tanto en Santiago de Chile, como en Nueva York, en Alemania o en India.
    Aún hoy, a más de una década del término del gobierno militar en Chile, continúa presente la pregunta acerca del destino de los protagonistas y de los personajes secundarios de esa época. Muchos de ellos aún viven en una sorda y sibilina “secreta obscenidad” gracias al clásico ejercicio de la racionalidad ideológica de justificar lo inhumano y de torcer la realidad. En esto no hay diferencias políticas. La vigencia de las secretas obscenidades sobre los escenarios es anticipada por su actualidad en los Parlamentos y en las oficinas públicas, además de su clásica representación en los espacios privados de nuestra sociedad. Respecto a las plazas seguiremos siendo espectadores allí del casual encuentro de aquellos seres que a través de pequeñas y patéticas perversiones dejan ver la nostalgia por sus grandes utopías.

    León Cohen.