Opiniones de Cintia V

  • Paraísos Olvidados 10

    08/08/2003 11:37 por Cintia V 3
    Recordando el paraíso

    Es probable que cuando Platón escribió su "Paradigma de la línea" no supusiera que en pleno siglo XXI la vigencia de su pensamiento hiciera estrujar el cerebro a más de uno, y menos que alguien fuera tan perspicaz de llevar su teoría al teatro sin recurrir al argumento ya gastado del "mito de la caverna". Paraísos olvidados es una de esas obras que no sólo nos gusta, sino que nos enseña dejándonos un gustito a eternidad en el alma.
    La obra se va desenvolviendo sin prisa, con una cadencia muy cercana al pensamiento reflexivo, escaso en nuestra realidad de frenesí informativo. Debe ser por eso que cuando las luces se apagan al final de la función, un sentimiento de recogimiento se apodera de nosotros, tal como sucede cuando nos han develado una gran verdad.
    Las prolijas actuaciones de Rodolfo Roca y Sergio Surraco, y la ambientación -lumínica, sonora y visual (a cargo de Mariano Rugiero, Pablo Bronzini y Edna Chajud respectivamente)- contribuyen a abstraernos por una hora de cualquier preocupación mundana. Nos hacen reír, cuestionar, suspirar, entristecer, comprender, anhelar... Nos vinculan con lo humano y con lo divino en un juego dialéctico y fascinante.
    Paraísos olvidados nos recuerda que la angustia de la existencia se remonta a causas más lejanas y profundas que la simple cotidianeidad. La obra bucea en la complejidad de las relaciones humanas, la importancia del afecto sincero y la magnanimidad del amor que nos acerca a ese mundo de ideas del que nos hablara Platón. El diálogo de los dos personajes recrea a su manera, con una poética exquisita, la ascensión de la oscuridad a la luz; de la ignorancia a la verdad. Y lo más valioso, la obra nos hace partícipes de la revelación final: lo inmutable y perfecto está con nosotros desde el origen, lo que necesitamos es recordar.
  • Traducciones en un espacio amplio 10

    08/08/2003 11:33 por Cintia V 3
    Radiografía del desaliento

    Últimamente vengo elaborando una teoría con respecto a las obras de teatro que voy a ver, hasta ahora la entrada a la sala siempre me marcó la última impresión. ¿Cómo es esto? Uno llega a una sala y se acomoda en alguna silla, eso es lo de menos; lo de más es lo que pasa en el interín, en el limitado o amplio espacio que va de la puerta a la silla.
    Traducciones en un espacio amplio no podía ser la excepción: en el espacio que iba de la puerta a la silla (recomendación número uno: no basta con llegar temprano, sino que es necesario estar cerca de la entrada, porque sino será condenado al gallinero y se perderá la mitad de la obra) casi nos atropella una chica muy simpática en patines. Curiosamente, fue la misma impresión que tuve al irme a casa: sentí que Traducciones me atropelló.

    De posmodernidades y preguntas sin respuestas

    “Traducciones en un espacio amplio” es una radiografía perfecta de la vacuidad posmoderna, muy distinta a la vacuidad zen. El posmoderno es un vacío sin respuestas, un vacío angustioso en el que la rapidez de la vida nos lleva por delante, y a la vez nos aleja de nuestros sentimientos sumergiéndonos en una especie de anestesia emocional. Esta anestesia emocional sólo se interrumpe esporádicamente con emociones excesivas y artificiales que, lejos de ayudarnos a comprender, nos confunden más. El posmoderno es un vacío que sólo genera desaliento.
    La obra emerge del mundo light, de la cotidianeidad: competencia, esfuerzo físico, una vida descremada de alimentos y pensamientos, rodeada de indiferencia, egoísmo, descompromiso, desesperanza y bronca. Una realidad mediocre en la que los diferentes lenguajes nos impiden una comunicación fluida. Un mundo de cegueras espirituales, lágrimas, risas forzadas, mudeces y gestos de amistad esporádicos.
    La obra es perfecta por eso, por reflejar la vida que se vive cuando no se tienen objetivos trascendentes, cuando se carece de respuestas, cuando no se logra dominar los impulsos y se pretende acallarlos. La obra es perfecta porque se desarrolla con parámetros propios de la posmodernidad: tiempos cortos, cultura de la imagen, recursos tecnológicos, medios de comunicación que mediatizan lo inmediato...
    Es una obra para pensar, para reflexionar sobre la condición humana desde el presente socialcultural de la galaxia Marconi
  • Macbeth

    08/08/2003 11:31 por Cintia V 3
    Versión criolla de un clásico de Shakespeare

    Macbeth compró castillo en Buenos Aires

    Que es un enorme desafío montar una obra de Shakespeare, nadie lo discute. Que una cosa es hacer Romeo y Julieta y otra muy distinta Macbeth, eso tampoco se pone en duda. Pero que se puede, se puede. Y sino, basta con ir al teatro Gargantúa algún viernes o sábado a las 21hs. (conviene reservar antes, porque las funciones son a sala llena) para comprobarlo. El equipo técnico y el elenco de Macbeth (adaptada y dirigida por Alex Benn) nos demuestran que se puede hacer buen teatro a pesar de los escollos económicos, sociales y de un libreto original complejo, como lo es esta tragedia histórica en 5 actos de William Shakespeare.
    Los aires medievales se respiran al ingresar a la sala, un muy correcto acomodador le habla a uno en castizo y lo alumbra con una antorcha mientras lo saluda y le da la bienvenida. La ambientación musical colabora a la predisposición para dejar volar la imaginación.
    La obra dura dos horas, pero ni se sienten... el golpe de efecto es perfecto, la historia se desarrolla con fluidez conservando algo de la poesía original, hay de todo: peleas con espadas, brujas sexis y encantamientos, despliegue de naturalezas humanas, pasión desenfadada, odios y luchas por el poder, terror, apariciones, remordimientos, predicciones, sangre, gritos desgarrados, desengaños, defensa de la esperanza, venganza, y dos pequeños actores que se llevan todos los aplausos.
    La apuesta de Alex Benn es una verdadera aventura que parece llegar a buen puerto, a no ser por la dificultad de modular ciertas líneas que tienen algunos actores y que claro, una cosa es Shakespeare en inglés, y otra muy distinta en español.
    La tragedia nos deja pensando. Cuánto de Macbeth, Macduff, Banquo o Lady Macbeth (la proyección en alguno de los 29 personajes, es inevitable) tenemos cada uno de nosotros, qué nos motiva a accionar, a quiénes prestamos oídos, cuál es nuestro ideal en la vida. ¿Nos hacemos cargo de las decisiones que tomamos… o se las achacamos al destino?
    Si está aburrido de la vida citadina, no dude en darse una vuelta por el castillo de Dunsinane, que por obra de la globalización ahora está también en Buenos Aires.