Opiniones de ADRIAN

  • Si es amor de verdad, me dirás cuánto entonces

    16/11/2011 14:12 por ADRIAN
    Opinión


    Ayer vi una obra teatral a partir de la recreación de un clásico de Shakespeare, “Antonio y Cleopatra”, que se titula “Si es amor de verdad, me dirás cuanto entonces”, en el marco del Festival de teatro más importante de Buenos Aires, en el Centro Cultural Ricardo Rojas

    En verdad tuve ganas de compartir por escrito la experiencia de una primera impresión que me dejó haber visto esta propuesta conceptual y experimental, claramente desafiante para un espectador como yo que le cuesta trascender el estatuto de neófito permanente. La experiencia estética a veces suele tener la particularidad de quitarnos nuestros moldes interpretativos y obligarnos a construir otros nuevos, pero esto siempre y cuando nos haya dejado algo para contar y no encontramos expresiones precisas para ello. En verdad nunca he escrito reseñas o gacetillas de teatro, pero tampoco quiero contar la obra, y aunque fuese premio Nobel de literatura, siempre será mejor hacer la experiencia por un mismo de ver una obra como ésta, tan particular.

    Pero si deseo referirme a ciertas cuestiones puntuales. Primero, tras la inquietud más notoria que la obra me ha dejado –la de sondear cuánto hay de amor en la política, y cuánto de política en el amor, así como revisar si la pregunta por la cantidad no nos tiende una trampa irresistible- aclaro que no busco contar a continuación el argumento, puesto que se basa en la obra de Shakespeare mencionada. Creo que parte de lo interesante se puede ver en la forma en que esta concebida la idea de este “clásico”.

    La puesta en escena cuenta con la articulación estrecha entre actores y técnicos de audio y video, que da cuenta de un trabajo muy riguroso y de mucha concentración, lo que en su conjunto da por resultado una obra que transforma en cierto modo los recursos tecnológicos en algo más que eso. Me refiero a que no sería posible esta obra si los medios tecnológicos sólo jugaran un papel de apoyo; por el contrario, la presencia de parlantes reproduciendo voces con relatos del texto original, con fragmentos de audio de películas sobre Antonio y Cleopatra, son un modo de contar la historia, pero también de mostrar esa extraña interacción entre pasado y presente que hace tomar conciencia sobre nuestra perspectiva con las obras clásicas. En este sentido, las voces múltiples y por momentos superpuestas ponen en primer plan la polifonía como un modo inevitable para traer a escena la magnífica obra de Shakespeare. Por momentos las grabaciones sugieren la puesta en escena de los mecanismos que hacen posibles dar sentido a un clásico, que no es por medio de la evocación de la representación mimética sino más bien desde un espíritu deconstructivista, que borra de plano la idea de un origen del texto dador de sentido y repone en su lugar la reactualización vía variaciones preformativas. No es que el clásico nos hable, nos venga a ilustrar, enseñar o conmover solamente; el clásico es la performatividad misma de su reproducción, y que en este caso exige la polifonía. Lo clásico de Shakespeare es lo criticado en esta obra, entre otras ideas que nos llevamos cuando se prenden las luces y los actores saludan. Un clásico es una visión que requiere ser puesta en cuestión, al menos cada tanto para poder sedimentar nuevas posibilidades acerca de cómo llevarlo a escena; de lo contrario sería creer en la ingenuidad que entre el público cuatrocientos años atrás y nosotros no hay diferencia alguna.

    También se suma a ello proyecciones de entrevistas en las que personas no formadas en el arte de la actuación recitan fragmentos de la obra. Estas imágenes y grabaciones sonoras dan vida y no solo ilustran el texto. Además, en segundo lugar, se advertirte una mirada sobre la forma de actuación que cinco personas en escena, sometidas a una exigente concentración, conexión e interacción, parecen evitar toda semejanza a un teatro mas identificado con el par un actor-un personaje. Diría de un modo muy general que a diferencia de un teatro que se apoya en la cuidadosa expresión y construcción de cada personaje para una obra determinada, y que en este caso Antonio y Cleopatra podrían ser dos ejemplos evidentes, vemos aquí por el contrario a cinco personas dando vida entre todos no sólo a todos y cada uno de los personajes, sino además desplegando recursos que nos traen a escena sentidos que desde un puesta clásica se presentría como una distancia infranqueable entre el dramaturgo inglés y nosotros, entre Antonio, Cleopatra, César, Octavio, Octavia, Octavia, y mensajeros y el resto de eso seres tan ficticios que parecen reales, y nosotros. Así, mediante una intertextualidad muy potente, la que conjuga el texto en inglés interpretado por una actriz con admirable manejo de la lengua inglesa, con la utilización de versiones castellanas diferentes, con discursos de militantes actuales –representantes de luchas sociales de partidos políticos, del feminismo, de la ecología y otros más-, sumado a fragmentos de un película poco conocida de Godard, es como llegamos a ver una lucha de fuerzas opuestas pujando para hacer saltar los sentidos posibles del texto de Shakespeare; insisto, no se persigue solo una forma de recreación de la época que la obra refiere, así como tampoco solo retratar en parte la idea del amor y la política allí expuestas, sino sobre todo lo obra nos lleva a explorar modos en que los clásicos están en presentes en nuestro presente, desplegando la insondable imposibilidad de responder sobre el amor verdadero y la política verdadera.

    Amor y política, dos palabras tan importantes para la historia de occidente, muchas veces vistas como opuestas o pertenecientes a esferas opuestas de la vida, tienen en esta puesta teatral un nuevo espacio para dialogar. Este espacio abre un efecto movilizador a activar articulaciones entre un texto clásico y lo que se da a partir de lo que no se verbaliza pero que está allí: el indagar en las energías que pueden nutrir a un actor y hacerlo dador de sentido por encima o en paralelo al texto proferido por su voz. Creo que ello nos brinda un modo de apreciar “cómo muere Antonio”, “cómo ama Cleopatra”, “Cómo odia César”. Las actuaciones puntualmente permiten que nos encontremos con Cleopatra y Antonio, así como con los restantes nombres que los acompañan, mediante cuerpos al servicio de una repetición enérgica, breve y contundente por lo cual rompen la literalidad de sus actos y abren el sentido de un mundo con formas nuevas de expresión…será quizá, entonces, que el desafío esté en la búsqueda de nuevas fuentes de energías para poder ampliar nuestros horizontes, al menos y en principio referidos a las posibilidades de la creación estéticas. Más allá de esta especulación, no puedo dejar de afirmar que la verdad de esta ficción se encuentra más en su proceso creativo, en su forma de citar el pasado, a Shakespeare, a Antonio y Cleopatra, a las luchas sociales, un mirada incluso del y al pasado que no lo asume muerto ni olvidado, sino oculto en formas de energías actorales, a través de las cuales se puede hilvanar sentidos nuevos, reactualizar la misterioso de la vida, comprender el sufrimiento de nuestra época, algo que hace ver a Shakespeare más en el futuro que como un dramaturgo anclado en el renacimiento europeo, en los inicios de la modernidad.
    Un breve comentario sobre la escenografía, en el que se presenta un espacio blanqueado, con luz mayormente clara –salvo en momentos precisos donde el color tiñe con facilidad momentos claves de este “clásico”- encastran con el sentido crítico de lo clásico al proponer una neutralidad histórica, con guiño a lo intemporal o indeterminado, pero claramente desde un presente teatral que no ignora el carácter práctico racional de la distribución de ese espacio. Paredes corredizas, bancos blancos y un vestuario entre minimalista y un tanto en clave de sinécdoque resumen un mundo de barcos y viajes a partir de hacernos aceptar convincentemente que un cuadro puede en ese contexto ponernos en medio de las decisiones amorosas y políticas más delicadas; con coranas de Cleopatra, alguna túnicas agiornadas junto a sacos y pantalones de vestir, se nos hace saber del arbitrio de las representaciones de época.

    Finalmente, diría que frente a la expectativa de ver una obra clásica con vestuarios y actuaciones más convencionales, esta versión que no compite con el texto escrito ni pretende agotarlo, sugiere más bien la posibilidad de seguir contando esta historia en las claves inagotables potenciales en relecturas futuras, y allí estrá esperando Shakespeare para seguir hablando.