Opiniones de Martin F

  • El mecanismo de Alaska 290

    08/05/2023 12:31 por Mar H 3
    No estoy seguro de que el mecanismo de Alaska es una obra de teatro. Vale la pena ir, sin ninguna duda. Es excelente. Eso es lo importante. Ir.

    Pero por si a alguno le genera curiosidad: No estoy seguro de que El mecanismo de Alaska sea una obra de teatro. Es una narración. Tiene protagonistas (los personajes narrados), autores (las voces narradoras), actores (los cuerpos narrantes). Eso queda abundantemente claro. Salgo de timbre 4, (que es un teatro) sabiendo mucho sobre los narrados, sobre los narradores, sobre los narrantes. Pero no termino de estar convencido de que sea una obra de teatro.

    Y hay mucho que decir sobre sus protagonistas, sobre sus autores, sobre sus actores. Todo lo cual indicaría que es, efectivamente, una obra de teatro.
    Si intento imaginarme el guión, considerando las líneas que logran meter en sus dos horas de duración, es el Ulises; por lo que corresponden felicitaciones a las voces narradoras. Si considero la puesta en escena, es una maratón; por lo que corresponden profundas felicitaciones a los cuerpos narrantes. Y si considero a los personajes narrados se me hace un nudo en la garganta, se me humedecen los ojos y me dan ganas de llorar y reírme todo al mismo tiempo.

    Y que Fede y Mati sean (sospecho) actores, autores y protagonistas; personajes narrados, voces narradoras, cuerpos narrantes, que todas estas categorías se fundan y confundan en Fede y Mati, no agota su eficacia. La metaficción cómo género siempre es peligroso por el riesgo de quedarse en el ingenio de su mecanismo. Y aunque es difícil no sospechar que la obra sea autobiográfica; uno intuye que representada en un futuro por otros cuerpos funcionaría igual.
    Bueno, "funcionaría igual" a nivel de una puesta en escena que justificaría amplísimamente el precio de una entrada y una tarde en el teatro. Porque en ese caso sí, sin duda, sería una obra de teatro.

    Pero no, no funcionaría igual.
    Porque cuando Mati el personaje en medio de la obra se toca el pecho con la palma de su mano y mira a Fede y le dice "con este cuerpo", y luego Mati el actor se sale de personaje (cómo si ese actor alguna vez pudiera salirse de ese personaje) para repetirnos "con ESTE cuerpo", en un registro más confesional; o cuando Fede el autor mira a Mati el Actor y le dice "Te amo", cómo siempre le toca decirle en ese momento en que nos relata la primera vez que lo expresó, y le toca cada vez que la obra se presenta, y cada vez que lo ensayaron, y probablemente varias veces al día cada vez que lo ve, todas esas categorías juegan y se dan al mismo tiempo en todas sus combinaciones posibles: el actor se lo dice al autor que se lo dice al personaje que se lo dice al narrador que se lo dice al cuerpo.
    Fede y Mati entran y ejecutan ese juego de categorías de la representación y se meten de lleno a poner en jaque tras jaque a la materia teatral. En su juego metaficticio, en su mecanismo, ambos logran dar con la síntesis entre -perdón por ser un snob- el extrañamiento de Brecht y el método de Stanislavsky -que denuncian en la obra- y que son esencial e históricamente antagónicos. Ese logro ya de por sí, es un montón.
    Fede y Mati reviven su propia historia en cada puesta en escena, en esa cosa que construyeron juntos -y que no estoy seguro de que sea una obra de teatro- y nos cuentan la historia de su amor, desde la facu hasta el día en que uno vaya a verlos, y nos comen con su obra, comen al público, porque cada puesta en que ponen el cuerpo y nos cuentan como se dicen te amo, y nos muestran cuando se dicen te amo, y lo sentimos, también es un capítulo más de su historia, es un episodio más de su relación.
    Y ahí entendemos que es en serio. Es verdad en la historia. Es verdad en la escena. Es verdad para los autores. Es verdad para los actores. Es verdad. Y ahí es que se vuelve algo más, algo distinto, otra cosa.

    Felix Gonzalez Torres, Gran Artista Marikah, Cubano, tiene una escultura “Portrait of Ross”, que también te come. Es es una montaña de reposición constante de los caramelos favoritos de su novio, que pesa exactamente lo mismo que pesó Ross al morir. Uno puede agarrar los caramelos que quiera y comerlos. En la carta de intención, el escultor expresa que la intención era hacer la escultura más extensa del mundo, porque cada persona que la ve y se sirve un caramelo pasa a ser parte de esa escultura, que haber comido el caramelo nos incluye, nos hace parte de un club exclusivo, que es ser parte de la escultura, con nuestro cuerpo, por haber comido el caramelo.

    El mecanismo de Alaska nos come, nos vuelve parte de la obra (con dirección actoral al público y todo), nos incluye como extras. Porque cada puesta en escena vuelve a ser un posible relato dentro de la historia de ellos dos. Nos usa de espectadores y de actores al mismo tiempo, y nos deja en constante offside, merced a la combinación de registros en que está narrada, que nos lleva de lo poético a lo clásico a lo cándido a la confesión a la aparente ruptura espontánea de la tercera pared, nos deja varias veces pensando, ¿Esa parte fue improvisada? ¿Ese momento será siempre así? Nos va arriando cómo espectadores a la revelación de esa profunda y única conclusión posible: Es verdad. Están actuando y no están actuando. O por lo menos, no están solo actuando. Y es ahí que se vuelve otra cosa.

    Y cuando por fin después de 120 minutos y un texto maratónico, el final nos sorprende (porque sorprendió, no quería que terminara, se hizo corta) y quedas con el corazón roto y los ojos rojos habiendo asistido a una historia increíble, registro mixto, timing excelente y la convicción profunda de que Fede y Mati desnudaron con toda la ropa puesta la intimidad de su amor delante del público muchísimo más de lo que la mayoría de los autores podría alguna vez soñar con lograr; y después de que entendimos que todo fue verdad, y que la obra nos comió y que la puesta en sí fue un capítulo más de la propia obra y uno sale moqueando absorto del teatro, maravillado del rango actoral que dos putos hermosos y un gato desplegaron ante nuestros ojos, convencido de que acaba de asistir a una verdad, una verdad que ahora te incluye como testigo y como extra, que no terminamos de estar seguros de que el mecanismo de Alaska sea una obra de teatro.

    De que quizás es otra cosa.

    Y que lo que sí es, lo que sin duda alguna es, es una carta de amor. La carta de amor más linda y conmovedora que yo haya jamás visto entre dos cuerpos que se aman.
  • Mosquita Muerta 3

    15/06/2013 13:15 por Martin 3
    genial, la quiero volver a ver
  • El Espejo (dime qué ves) 4

    21/10/2011 11:37 por Martin F 3
    El espejo trata, en dos patadas, de mundos en conflicto que compiten por devorar sus opuestos. Hay varios pares de planos semiológicos en constante pugna: La realidad contra la ficción. El padre contra la madre. El hijo contra el padre. El hijo contra sí mismo. La niñez contra la madurez. La violencia contra la paz. Pero contra, la sensación es siempre 'contra'.
    Nos sentamos. Vemos lo que hay. La obra empieza, y lo primero es un llanto desgarrador que necesita demandar empatía pero no se anima a pedirla, con unas ganas de decir 'basta' que no terminan de decidirse a gritar, y el susurro nos mata. Ese tono elegíaco (o que quiere desesperadamente serlo) se mantiene durante toda la obra.
    Entonces asistimos a un proceso extraño. Como si la psicología de una persona en el momento de un cambio radical se pudiese abrir con un bisturí, nos presentan a personajes que tienen una carga semántica propia -desde el lado del espectador- y obviamente positiva: Peter pan, el sombrerero loco, (¿la cenicienta?).
    De golpe estos hermosos personajes, con su duende y vivacidad, nos ponen a reir a carcajada limpia. Y de golpe nos damos cuenta que nos estamos riendo de alguien que sufre. El proceso es claro: lo que antes era bueno, si no cambia, se enquista y se engangrena. El estanque de las hadas se pudre. Al castillo de Disney lo adquirió la uba y la mampostería aplastó a campanita. Y Peter pan se nos puso violento.
    La estética termina siendo un símbolo. El centro de la obra es la lucha, el mirarse a sí mismo. Pero sobre todo es el desafío colosal de que, ante un entorno adverso, la única forma de ser feliz es juntar coraje, sacarte la venda a vos mimo y no cerrar los ojos.
    El espejo, en dos patadas, trata de cada uno de nosotros.