17/08/2009 19:48por Laura B 2 ¿Quién de nosotros en algún momento del día no quiere ir hacia la luna? Aunque sea para jugar; para contagiarse de la inspiración de los poetas; para acompañarse en la soledad; para alcanzar lo imposible; para salir de situaciones asfixiantes y circulares.
Me llevo de la obra esto último. Protagonistas encerrados en un neuro psiquiátrico que quieren salir de la repetitiva situación yendo hacia la luna, muy próxima, representada por una simple lámpara china blanca. Tal vez, podrían atravesar la puerta con solo unos pasos porque no están amarrados; destrabar las ventanas porque tienen sus brazos libres; sin embargo, aceptan el mandato de su encierro, que sus familias los hayan depositado allí, que su madre los abandonara en manos de la institución social reformadora representada por una “celadora” que asume con convicción ser representante de la conservación del orden del internado con dulzura y perversión.
Hasta el obstáculo para “ir hacia la luna” no solo pertenece a la construcción mental de los personajes, sino, que ingresa del mundo exterior. Otro compañero de encierro que los enfrenta al “por qué querés ir hacia la luna” con una multiplicidad de personajes.
Uno de los personajes manifiesta un convencimiento desde la sinrazón de ser la última esperanza, escape al aburrimiento, rebelión de la opresión; en fin, el sentido de lo humano. Otro sufre porque quiere ayudar a su compañero, probablemente, a lograr alguna acción para lo cual se presta como instrumento de los deseos de los otros; no sabe para qué quiere ir hacia la luna pero sabe que tiene que correr, e inclusive, eliminar todos los obstáculos para llegar a ella.
Una obra interesante que nos hace pensar de por qué decimos en algún momento “quiero ir hacia la luna” o por lo menos quiero alcanzarla. Y eso que está tan alcance de la mano con solo mirarla.
