Opiniones de Ana C

  • Camino del cielo (Himmelweg)

    01/08/2008 11:03 por Ana C 2
    "Camino del cielo" ("Himmelweg") del dramaturgo español Juan Mayorga. Teatro San Martín; sala Casacuberta.


    Podríamos hacer un paralelo de la obra dirigida por Jorge Eines, "Camino del cielo", con la película realizada por Roberto Begnini, "La vida es bella". En ésta, el actor (R. B.) trata de desvirtuar la crueldad dentro de un campo de concentración, para evitar el sufrimiento de su hijo. En cambio aquí, el comandante nazi, (Víctor Laplace), ofrece un espectro de metáforas y bellas citas sobre el nefasto paisaje de los crematorios, para así salvar su dignidad camuflando la vida real, la cual maneja a su antojo delante del delegado de la Cruz Roja y de todos.
    El mundo de las mentiras suele ser un anexo de otros mundos que nos van fagocitando bajo esa misma vorágine hasta acorralarnos y eclipsarnos la memoria. Entonces la vida pierde su valor intrínseco para depender sólo de lo que nunca hemos sido. Sin embargo para que la mentira esbozada sea veraz, se necesita de una parte que mienta y otra que legitime tal error. Por ello, la distorsión de la realidad que el comandante magnifica, (la cual podría haber sido creada también por medio de la culpa para rescatar su propia vida o para salvar esos últimos vestigios de alma que aún habitan en él), es aceptada sin cuestionamientos por el delegado de la Cruz Roja (Horacio Roca). ¿Pero cómo justifica el comandante esos asesinatos en los campos de concentración desde su sensibilidad de poeta? ¿Y cómo el delegado de la Cruz Roja, aún sigue tratando de evadirse de esa misma culpa sin haber actuado? Tal aceptación de la mentira, podríamos atribuirla a la cobardía de no constatar la verdad; a una neta complicidad siniestra, o quizás, a esa facilidad con la que se suele aceptar la manipulación del otro, como condimento de la mediocridad humana.
    Todos y cada uno de los personajes y objetos sobre el escenario no están librados al asar, si no más bien, constituyen una metáfora de la metáfora.
    Las reiteradas confusiones del comandante acerca del nombre de pila del falso "Alcalde", Gerard, en vez de Gershom Gottfried, (Ricardo Merkin); ese cinismo con el que él mismo se manifiesta sobre la raza y el humor judío; la magnitud artística implícita en frases y palabras de lo que no fue; aquella niña, (Natalia Señorales), con su vestido empapado dentro del agua y el miedo rondándole la vida; los rasgos de locura y temor del vendedor de globos con su acordeón abierta en un sonido agridulce y doloroso; los otros chicos jugando con su trompo y la extorsión de una sexualidad latente; la pareja que se reitera en el diálogo para afirmar sus dos únicas seguridades: el desencuentro del encuentro y el fantasma de la muerte; ese lavado de cerebro, que como en una cadena de jerarquías va desde el comandante al pseudo alcalde, y desde allí a los prisioneros; la pequeña y sórdida plaza que se ha ido poblando de esa misma gente convertida en otra, semblanteando su cercano futuro en ese idéntico humo gris rodeado de sombras, donde sus familiares y amigos han desaparecido; la ropa de los que ya no están hecha una pila sobre el suelo y esos muñecos que los mismos actores montan y desmontan para ocupar distintos lugares en escena; la desolación del viejo apático y desnutrido; y la magia de la música (Baraj), junto a esa voz humana y femenina superpuesta al clarinete, la cual se va ensamblando desde un principio con todos los personajes, pero en el transcurso de la obra se funde como un fino lamento de los Dioses apoyada por la ductilidad artística del oficial Nazi, quien también tararea con suma entonación esos trágicos compases cíclicos hasta lograr una estridencia armoniosa y no, librada a la suerte de su "locura"; hacen aún más superlativo el grado de sufrimiento y desesperación de esa muestra del pueblo Judío. También surgen la escenografía y el vestuario muy acordes en cada detalle, ( Jorge Ferrari), bajo la mirada siempre presente del asistente de dirección, (Bernardo Cappa). A lo lejos, la exactitud de los trenes es un anunciador del tiempo, custodiada por la tutela del comandante, quien ha pasado de su culta biblioteca al delirio de idear otras vidas ficticias, ya casi sin control.
    El que ve, y el que no ve; el que mira y el que no quiere o puede mirar; el que se nutre de la mentira y obligatoriamente la transmite; el que jamás podrá volver a observar esa misma plaza con los mismos ojos; el que no se arrepiente pero sufre; el que se burla de su propia liviandad y la propaga; el que sí se arrepiente y no le importa; el que narra; el que es narrado; el que padece y el que no lo hace, se entrelazan en éste laberinto de pequeñas obras paralelas y complementarias dentro de la gran obra, para deslumbrar al espectador.
    Dura; rara; distinta; armoniosa; fétida; cínica; suave; inteligente; poética; ácida; siniestra; morbosa; nítida y turbia a la vez, son los distintos calificativos que me nacen para describirla; los mismos que sus excelentes intérpretes hicieron hoy vibrar dentro de mí. Ana Cecilia del Río, escritora de Bahía Blanca. anaopera@yahoo.com.ar
  • Pepino el 88 5

    01/08/2008 11:01 por Ana C 2
    Crítica de "Pepino el 88"


    La magia de los recuerdos afloran; ríen; suenan; nos conmueven; fluyen a la par de toda gloria y “locura” del artista, junto a su dignidad de serlo. Los personajes perduran en ese mismo universo que los escenarios encierran por encima del mundo hasta estatizarse en una postal imaginaria que abarca todos los tiempos y personas. Dentro, la vida se asemeja a una ilusoria espiral de gestos y sensaciones que se mezclan con el llanto; a esa relatividad de los amores prohibidos y no, bajo la plusvalía que el temor da ante el miedo de ser y de no ser. Las canciones crecen y se reproducen junto a sus letras como un carrusel que renace desde el alma, mientras la nostalgia nos apresa en paralelo con esa muerte que ronda las vidas y los pasos.
    Pepino (Víctor Laplace); calla; se manifiesta; esgrime la verdad desde sus entrañas; inhala; exhala; ama; muere; es; se transforma; entona; danza; sufre; sueña con suma hidalguía y capacidad dentro de ese rostro de juguete y de pintura que reafirma su triste desnudes... De vez en cuando, la voz y los aros de Rosa (Karina K ) son lanzados hacia el encuentro de esa otra parte de la esencia y de la historia; hacia la completud de lo no existente; aunque la libertad del amor cautivo solo vuele en una cíclica jugada que no siempre puede liberar al otro.
    Este mundo circense de los hermanos Podestá, equidista y refleja convulsivamente toda realidad y sentimiento cotidiano; la permisividad de un cautiverio renaciente; el deseo no correspondido que se instala en cada espectador ampliando así todo triángulo amoroso; lo estrellado de la noche flotando tras la acrobacia de un trapecio inmóvil y no; la reiterada corruptibilidad del gobierno reinante; el anonimato y manifiesto de los personajes; junto a una vana hipocresía que subyace latente.
    Afuera, una luna menguante pende acompasada del cuerpo de algún clown, (Alejandro Paker), a la vez que las lágrimas del poeta yacen mortecinas bajo la destrucción de un pétalo de rosa...
    Un suntuoso vestuario, (Renata Schussheim); exquisita escenografía, (Jorge Ferrari); excelente banda musical en vivo, (Federico Mizrahi, Hernán Reinaudo, Christian Colaizzo, Ricardo Cánepa, Jorge Bergero, Fabián Aguiar, Germán Moine, Oscar Serrano y Christine Brebes); magnífico director (Daniel Suárez Marzal); sincronizada y sutil iluminación, (Nicolás Trovato) e intenso montaje, son el muy válido respaldo que los actores y actrices han logrado conseguir junto a esta genial puesta en escena. Ana Cecilia del Río. anaopera@yahoo.com.ar http://anaopera.blog.terra.com.ar/