El desvarío

-‘Soledad, no sé si me estoy yendo o estoy volviendo’. Ese interrogante enunciado por Andrés es el que, apenas comenzada la obra y sin preámbulos, detona el conflicto y señala al espectador el camino que transitarán a lo largo de la pieza.
Lejos de hallar en Soledad (su mujer) una respuesta a su pregunta, Andrés encuentra en ella una mayor confusión que operará sobre ellos como una densa neblina instalada sobre su identidad y su memoria. Neblina que les impedirá reconocerse como pareja y que traerá a escena a otros dos personajes por demás excéntricos y particulares.
‘Poco a poco vamos olvidando que hemos perdido la memoria’, cita el autor Jorge Díaz en el comienzo de la obra. Ahora, ¿como puede reconstruirse la memoria en un ambiente tan cotidiano como opresivo y colmado de hostilidades? Para responder a esa pregunta, Díaz ha elegido un género que conoce tan bien como su propia memoria (el Absurdo), abordándolo mediante lo que considera el mejor vehículo de reflexión, conexión y contagio con el espectador: la risa.

‘Escribir sobre la realidad es un acto imposible. Es exactamente igual que si quisiéramos vernos durmiendo. Es más sensato aceptar que no escribimos sobre la realidad, sino sobre el reflejo de la realidad en nuestro ombligo’.

Jorge Diaz

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