El gato que pesca

Jovín Riodulce llega a la Argentina en una balsa entre cientos de otros niños fugitivos deportados de las regiones bombardeadas en Irak. Aquí, los ponen a trabajar en las zafras o los venden ilegalmente.

El Licenciado Magno es un comerciante estafador que recorre el país en una casa rodante, recibiendo donaciones para indigentes que luego vende como tesoros regionales a turistas extranjeros. Al comprar un niño, adquiere la ventaja de un empleado full-time, chivo expiatorio para sus negocios pues seduce con su ternura a la clientela sin exigir más compensación que la suerte de tener tutor, techo y comida.

Pero los abusos y el maltrato que recibe se intensifican bajo las garras de un intimidador y sus días se llenan de hostilidad y perversión.

Entre los objetos que están a la venta, hay un pequeño gato de madera con una caña de pescar que no logra atraer la atención de ningún cliente, éste es el objeto preferido del niño ya que a partir del mismo conoce la leyenda de "El gato que pesca", un relato infame con el cual Magno intenta seducir a un oriental multimillonario.

A partir de ahí, Jovín comienza a creer en la posibilidad de una vida diferente y es así como, en una noche de desolación, recibe en sus sueños la visita de su propio "gato que pesca" que ha venido a socorrerlo, proporcionándole las herramientas para que pueda creerse merecedor de un destino mejor y actuar en consecuencia para conocer la libertad.

"El gato que pesca" es una metáfora sobre las relaciones humanas. En especial, habla de aquellas gobernadas por la interdependencia y de las formas en que la humanidad aprende a afrontarlas, en los albores del siglo XXI", comenta Gastón Cerana.

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