Cruz blanca sobre fondo rojo

Estamos en el Hotel Excelsior, un pulcro y lujoso hotel ubicado en un idílico cantón suizo, no lejos de uno de sus no menos idílicos lagos, frecuentado por millonarios y algunos de los pocos nobles que aún sobreviven en mil novecientos treinta y tantos. Los sirvientes van y vienen por el salón principal atendiendo a los comensales con eficiencia y elegancia. Veinte años atrás, Guillermo Freire, un millonario argentino y asiduo huésped del hotel, encontró allí al amor de su vida, una atractiva noble rusa de quien se separó en circunstancias muy dramáticas –ella estaba gravemente enferma- no sin antes obsequiarse, uno al otro, sendos objetos de gran valor como recuerdo del intenso amor que los había unido. Guiado por la nostalgia, Freire regresa cada año al hotel, quizás con la secreta esperanza de reencontrar a la bella Gertrudis. Sin embargo, el desprevenido millonario, no habría podido imaginar que en esta ocasión, no solamente iba a enfrentarse con ella, algo cambiada, claro está, veinte años son veinte años, y con una imprevista hija además, producto de aquel impetuoso amor, sino que también va a ser testigo de otra historia similar a la suya en todos los detalles, protagonizada por la bella Sonia, la hija de Gertrudis y Joaquín Galuzzo, un millonario veinteañero y también –oh, casualidad- argentino. Pero esta vez, otros dos huéspedes del hotel, Maxim Maximich Andréiev, un anciano doctor ruso, inválido en su silla de ruedas y su enfermera, la insensible y algo histérica Miss Waberly, tendrán una injerencia fundamental en la trama de la historia.

Tal como sucediera veinte años atrás, en un elegante baile de gala en el salón del hotel, el joven millonario argentino y la joven rusa se enamoran perdidamente y, al día siguiente, tal como entonces, ella decide separarse de su amor antes de que la mortal enfermedad que la aqueja lo haga inevitable. También como antes, ambos intercambian regalos de despedida…

Hasta aquí, solo se trata de una historia romántica, pero, poco antes de la emotiva despedida de los enamorados, nos enteramos que el joven Galuzzo, de quien en realidad no estamos seguros de que sea verdaderamente un millonario, mantiene un affaire con miss Waberly, la enfermera inglesa, y ambos han acordado un plan para estafar a la pobre Sonia y a su madre: en la separación de los amantes, Galuzzo aceptará el valioso regalo de la joven – un crucifijo de oro y brillantes- pero a cambio, sólo entregará una copia de una costosa estatua que él y mis Waberly poseen.

Todo parece suceder de acuerdo al plan y, entretanto, Guillermo y Gertrudis –o madame Zanievska- se han reconocido pero sienten que ya no es posible recomponer aquel antiguo amor. Es entonces cuando Andréiev, el viejo doctor ruso da un imprevisto giro a la historia al revelar que no está inválido ni es ruso, sino argentino, y además es el dueño legítimo de la cruz de brillantes que Sonia había entregado a Joaquín. Arma mediante, se apodera entonces del crucifijo que- oh, sorpresa- Sonia aún tiene en su poder. La reaparición de la enfermera, termina por aclarar la situación; ella revela la existencia de dos crucifijos, uno de ellos falso, obviamente y dos estatuas, original y copia respectivamente y que tanto Sonia y su madre, Gertrudis, como el joven Galuzzo son estafadores y se retira junto con Andréiev llevándose los originales.

Salvo para Freire, feliz de haber reencontrado a su amor –aunque no sea correspondido- todo es desolación. Pero una última vuelta de tuerca nos sorprende, el amor de ambos jóvenes es auténtico después de todo y, cada uno por su lado, había decidido no estafar al otro, de modo que el crucifijo y la estatua que ambos poseen son los genuinos. El ejemplo de la hija se hace carne en la madre que siente renacer su amor por Freire y ambas parejas se unen en armonía demostrando que, como remata en el final uno de los sirvientes: ”no todo lo que brilla es falso”.-



1 Videos
2 Histórico de funciones
4 Notas en los medios