Inferno

Luego de un viaje etílico y no del todo claro a Santiago de Chile, Felipe, un periodista de columnas de turismo, despierta muy confundido. Dos catequistas empecinadas lo sacan de la cama para traerle urgentes novedades: el Vaticano ha abolido el infierno. Ahora que el sitio específico de condena para las almas no existe más como lugar sino que pasa a ser sólo una palabra o una metáfora, resulta que el infierno está en todas partes: está en el lenguaje. La única forma de escapar de él es con siete llaves. Hay que aprender las siete virtudes que nos libran del infierno: fe, esperanza, caridad, templanza, justicia, prudencia, fortaleza.

Pero así como el infierno se organizaba en círculos, la virtud también: parece imposible ejercitar las siete virtudes a la vez porque son descentradas e incompatibles, están mal definidas y el daño llama inexorablemente al daño. Una fábula moral dentro de otra, que es a su vez el plagio de un escritor vanidoso que copió un argumento de un suplemento literario ocioso y amanerado basado en géneros playeros; ahora todos deberán pagar el simulacro: el beodo, el autor, su abogada, sus críticos, sus víctimas, sus personajes secundarios, sus ángeles y sus torturadores. Y nadie es tan estúpido como para hacerse aparecer en sus relatos con su nombre real.

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