ISOLATION, 180 días y contando...

Habitamos, cocina, living, baño, habitaciones, balcones, partes de un ambiente, pero... ¿cuál es la dimensión del alma? Vemos objetos inmóviles con polvo acumulado: Gotitas de arena de vidas congeladas, en un portarretrato apoyado sobre el estante de la biblioteca de madera. Fotografías que aguantan el almanaque, protegidas por el vidrio que las enmarca en los cuadros que cuelgan de las paredes. Velas aromáticas, aceites esenciales -que ahora van muy a la moda-, ¿cuántos de nosotros y nosotras tenemos la pintura descascarada y el cielorraso desteñido? Ventanas oxidadas, plantas en las macetas con tierra humedecida por el rocío, tejados, moradas, amparos y nidos. Transcurren las mañanas tolerando la bruma, las tardes oliendo a mate cocido, y las noches excedidas de poesía. Sueño con una tormenta perfecta que inspire a los cuatro vientos, y vuelen las palabras, repitiendo el recorrido que dibuja el pasar de las estaciones. La oscuridad de afuera se hizo amiga íntima de mi propia entidad, que para algunos resulta impenetrable. La luz es un sinónimo gigante, un revolcar de sonidos que apabullan, porque elijo el silencio de la cueva; como los nichos del cementerio, envueltos en telaraña, con herrajes poco visitados. La muerte destapa el origen de la vida y nos enfrenta a la finita realidad, al vacío y las huellas, tal vez, a la memoria de los otros. El televisor puede estar encendido o apagado, da lo mismo. Es una compañía totalmente vacía. La pantalla del ordenador late en modo ahorro de energía y olvidate de oír la radio, los programas irritan hasta la médula; celulares que te atrapan mientras abren infinitas aplicaciones; ventanitas cuya inteligencia artificial, ofrece la generosa y agazapada esclavitud del consumo, en un mundo patas para arriba.
Los demonios salieron de excursión, los fantasmas juegan, los ancestros y las ancestras encontraron el tablero de ajedrez que me regaló el tío abuelo. Agradezco las voces que, como reminiscencias, me hablan mientras duermo. Insinúan que están vivas, y les creo. Creo que anidan entre las cortinas, que nos espían desde adentro del armario, que se disfrazan de lámparas y descansan sobre la mesa de luz. No hay ambigüedades. Los espíritus atraviesan las esquinas, compartimos el aire, respiramos la destemplanza del olvido. Miramos por el ojo de la cerradura y el palier está vacío. Guardo algunos secretos, sabiendo -consciente e inconscientemente-, que pasamos otro día más y contando…
KARINA ROLDÁN

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