Rapsodia provinciana

El clásico texto de Gogol llega ahora en esta versión del director David Amitin. En “Rapsodia provinciana”, Amitin toma a los personajes de “El inspector”, que le sirven para desarrollar una trama sobre la corrupción, la venalidad y las debilidades humanas, en el marco de la somnolienta vida provinciana, que no es plácida, sino pesadillesca. La historia se centra en un pequeño pueblo de provincias, en donde se anuncia la llegada de un inspector de la gran ciudad, al que todos querrán corromper para tapar la corrupción reinante en el poder. Sobre la obra Estoy pensando en un espectáculo libre, en el que el texto de Gogol sea por un lado el material temático central, y por el otro sólo una vaga referencia. Un espectáculo sobre la corrupción, la venalidad y la debilidad humanas. En el marco de la somnolienta vida provinciana. Somnolienta pero no plácida sino pesadillesca. Los elementos de esta pesadilla son: el terror obsesivo a que las venalidades en las que todos incurren sean descubiertas, el chismerío constante, el aburrimiento, la intriga cotidiana que despedaza. Una vida alucinatoria que navega entre el bostezo de la molicie y el terror del mañana. Todos los actores están en escena, los mundos escénicos son construídos y disueltos por los propios comediantes, sin estructura escenográfica pesada y sin cambios de decorado que “ilustren” el cambio de lugar de la acción. Un espectáculo musical, cuya musicalidad está dada por la variedad de los ritmos, y que incluye un piano y un pianista. La acción debería comenzar con todos durmiendo - salvo el Alcalde - en un sueño que no es apacible sino convulsionado, donde algunos se han dormido de pié, en posiciones insólitas, boca abajo por ejemplo, conformando una masa humana de cuerpos entreverados, difícil de individualizar. Es el Alcalde quien despierta a los demás con la noticia de la llegada del Inspector. Esta situación de sueño grotesco, por momentos profundo y seco, en otros agitado, debería informar todo el espectáculo. Como si todo sucediera en el marco de una larga e intranquila siesta provinciana. Como si todos ellos fueran espectros convocados por el Alcalde (espectro él también) que fluctúan en una zona vaga de la imaginación, entre el sueño y la vigilia. Sostenidos por la música del pianito que a veces es melancólica y en otras irritante y percusiva. Pienso en una liberación del realismo que permita volar hacia mundos más amplios y profundos del imaginario actoral. Los actores-espectros tienen los rostros blancos, el pianito vertical toca en un costado, todo tiene un vago sabor a película muda, a delirio expresionista situado en la década de 1920, en algún lugar indeterminado. El espacio escénico está conformado por muchas sillas que constituyen casi todo el material escenográfico, sillas de diferentes alturas, trabajadas especialmente para que, colocadas de determinada manera puedan hacer que los actores estén sentados a diferentes niveles, y en algún momento, agrupadas, permitan dar la idea de gente sentada en gradas. El pianito vertical está montado sobre una plataforma con ruedas, de manera tal que posibilita su desplazamiento por el espacio escénico. Su parte posterior, trucada, permite que allí puedan esconderse y salir algunos personajes, y algunas escenas, como la de las coimas al Inspector, podrán ser jugadas con los funcionarios escondidos y emergiendo con sus billetes desde ese sitio. En algún momento los actores se trepan e instalan sobre el piano, como un racimo humano que se acerca al espectador mientras la música suena. Las intervenciones del pianista no tendrán la finalidad de proveer números musicales entre escenas. El piano o bien no suena , o bien establece un espacio musical que por momentos evoca a Kurt Weil y en otros se acerca a algo que podría ser una suerte de chamamé expresionista. La adaptación del texto de Gogol es decididamente libre, reduciendo el elenco a 12 actores, sintetizando diálogos y situaciones, eliminando personajes y escenas. Breves notas sobre algunos de los personajes: La mujer del Alcalde, Ana Andreevna, tendría que tener algo de plumas, y moverse como una gallina orgullosa. La hija, María, es una gallinita tonta, aunque pretenciosa, que lee folletines y novelitas casi todo el tiempo en escena, la madre cada tanto la despierta de un bofetón. Hay alguien que pasa cada tanto barriendo obsesivamente, podría ser la hija, cuando no lee o papa moscas. Una especie de hija-sirvienta. La escena de seducción del Inspector a la Madre y a la Hija tiene que ser jugada en una alternancia de vigilia y pesadilla. Bobchinsky y Dobchinsky están pegados como hermanos siameses. Uno habla, y el otro, adherido atrás, corrige, comenta y critica. David Amitin

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