Interior de un bote celeste

Hace horas que Manuel mira el agua y deja pasar el tiempo mientras su pequeño bote se mueve a la deriva según sopla el viento. No tiene a dónde ir, está perdido.

Ha llegado hasta allí para cumplir el sueño de su esposa Helena: tirar sus cenizas al mar. Sólo se escucha el ruido del agua y del viento.

El amor es así, piensa, se mete en el cuerpo y no se va más. A uno solo le queda acostumbrarse a la ausencia o entregarse a su inmensidad.

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