La reunificación de las dos coreas

Pommerat siempre sorprende con la fuerza que transmiten sus obras, de enorme potencial teatral y gran sencillez de medios. En esta ocasión, La reunificación de las dos coreas (La réunification des deux Corées) yuxtapone pequeñas historias, como si fueran fragmentos de un espejo roto, que muestran una humanidad en las garras del amor y del desamor.
En lugar de una trama, descubrimos aquí dieciocho escenas independientes. La construcción procede de variaciones contemporáneas alrededor de un tema inmemorial: es del amor de lo que estamos hablando aquí. ¿Dónde está él, este amor esquivo e invisible? Parece inseparable de las historias que se cuentan sobre uno mismo y sobre los demás, nutridas por carencias, misterios y malentendidos vitales que nada puede disipar. Cualquier diálogo que lo anime sólo puede ser un diálogo de sordos.
Desgarrador o hilarante (varias escenas demuestran que una cosa no impide la otra), el amor según Pommerat está relacionado con la pérdida y la separación. Con el ensayo y error, con la torpeza y la violencia también. Es una ilusión multiplicada por la otra. Y cuando interviene, el crescendo del cuerpo-a-cuerpo, pasional o mortal, nunca está muy lejos.
El amor (siempre el mismo, nunca el mismo) trabaja en el cuerpo de los personajes que pasan frente al público, como en un desfile donde todos pueden reconocerse.

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