Jardín de la Miseria, collage de la degradación humana

Tres dioses, un alma buena y un pueblo totalmente sumergido en la peor de las miserias quizás no sean los componentes necesarios para un buen final sino una fotografía atemporal, un collage, que pone en vidriera al humano como el peor enemigo del humano y lo que somos capaces de hacer(nos) para sobrevivir ante la adversidad.

Con la risa y la música como vehículo conductor, esta historia tan agridulce como necesaria sumerge al público en uno de los conflictos más difíciles de salir: el interno.

Bertolt Brecht dijo: "el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma".

Dicen los directores:

Jardín de la Miseria es una obra necesaria.

En tiempos de recrudecida violencia social y crecimiento de la miseria y el hambre (palpable a cada cuadra que uno camina en los rostros y los cuerpos de los cientos de niños, jóvenes y viejos que viven en la calle) aparece ante nosotros esta obra que interpela al espectador de manera directa: ¿Qué hacer ante una sociedad desigual que destruye todo lo bueno? ¿La única ayuda posible vendrá desde arriba? ¿Seremos capaces de cuidarnos o la desesperación sólo hará que nos destruyamos entre nosotros?

Todo sucede ante los ojos del público: Cambios de personaje, cambios de vestuario, músicos que son actores, actores que cantan, bailan y se mueven entre una ciudad construida únicamente de un solo elemento repetido por cientos: Cajas de cartón.

Cajas que combinadas de diversas maneras hacen las veces de estanterías, negocios, casas, arboles, comida, dinero, mesas o niños. Pero no niños cualquiera, sino niños con hambre.

Y siempre la pregunta: ¿qué hacemos con esta realidad?

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