Odiar lo que se ama

En Odiar lo que se ama, de José Ignacio Serralunga, se busca llanamente contar una historia. Como es el teatro. Los protagonistas, ella –Florencia Minen- una jovencita adolescente, él –José Ignacio Serralunga- un sacerdote cincuentón. Lo más importante en esta anécdota pasa tanto por lo que se muestra como por lo que se intuye. El foco se dirige a la intriga, a la curiosidad por saber qué está sucediendo y qué sucederá a continuación, porque la acción no se detiene. Incluso después de terminada la obra, quedan hechos pendientes. Los dos personajes son llevados a un vaivén emocional sobre el que no tienen dominio, y así la alegría, la nostalgia, la esperanza, la frustración, el enojo y la risa llegarán fácilmente, provocados por esa trama que los complica. Es una historia que involucra afectos, y que propone al espectador una atención permanente, para discernir aquello de lo que parece ser. Porque, como en la vida, parafraseando a uno de los personajes de la obra, “hay tantas cosas que no sabemos”.

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