La luz interior

No quisiera que sufrieras mi pasión ni por una sola noche

Una adolescente encerrada en el baño castigada por su rebeldía.
Habla, canta, recuerda e inventa el futuro. Descubre su sensualidad.
Crece.

“Cada vez que Balbi se sube –nos sube- al escenario, lo hace a sabiendas de que nos va a hacer circular por un territorio espinoso. Balbi intuye algo acerca de los humanos y quiere averiguar más. Muta, hasta transformarse en un espécimen de la misma especie que observa. Mueve sus antenas intentando hacer contacto. Su material exuda un deleite desagradable, un gusto que no todos compartirían -por lo menos no públicamente-. Es como si ella sacara a relucir sus juguetes más osados y escabrosos. Hay cierta ferocidad en su escritura, una desafiante falta de pudor. Sabemos que Balbi no va a hablar acerca de las cosas: va a mostrarlas. Y, efectivamente, en La luz interior, nos hace mirar: conduce meticulosamente cada uno de los movimientos de La adolescente –único personaje de la obra- impidiendo a conciencia que los pasemos por alto; proponiéndonos -como lectores, como directores- que la acompañemos en esa examinación minuciosa que hace acerca del cuerpo de su personaje. Sabe que en La adolescente –que en La adolescencia- el propio cuerpo es un escenario; y tira confiadamente de ese piolín, describiéndonos con rebosante detalle esa peculiar mezcla de motilidad exacerbada -resabios de una infancia reciente- y una demoledora acidez inmisericorde. En ocasiones, y casi como una exhalación, deja que aparezcan en su boca unas palabras: son términos sin procesar, materia prima, casi gruñidos. Cuando por fin permite que los pensamientos se configuren, estos lo hacen en ese límite lacerante y desesperado que ninguna otra edad –si no la adolescencia- llega a conseguir de forma más acabada: ¿Que se mueran? ¿Salvarlos? ¿Morirme? ¿Que se arrepientan?
Leer a un joven dramaturgo nos coloca en un sitio preferencial: en los albores de algo. Nos reclama una posición de fe generacional: suspender el saber, y recibir.”

Del Prólogo de Mariana Obersztern para la edición de La luz interior, Editorial Teatro Vivo, Buenos Aires, Mayo 2006.

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