El hombre de arena

En "El Hombre de Arena", nuestra tercera obra, el eje hegemónico de investigación estuvo orientado hacia lo siniestro como actitud productora de sentidos. Lo siniestro como fundante a la hora de la escritura. Característica que se instaló con mucha comodidad en el trabajo periférico. Elegimos el cuento de E.T.A. Hoffman, El Hombre de Arena, obviamente por su carácter siniestro, pero a medida que avanzaban los ensayos fue ensamblándose a la estructura del relato escénico un sistema de otra lectura periférica: el trabajo que realizó Sigmund Freud sobre el mismo cuento de Hoffman: su concepto sobre lo siniestro, discurso que terminó vehiculizando completamente la acción y nos fue alejando del suceso literario de Hoffman, del cuento en sí. Lo siniestro como algo que no debería aparecer, que no debería ser conocido, pero de pronto emerge, sale a la luz y se hace presente en la escena; lo fuera de escena aparece. La obra terminó representando un terrible aquelarre, un ritual de entierro y desentierro de personajes (muñecas antiguas también, manipuladas en este caso por cuatro viudas) que pugnaban por aparecer en la superficie de una gran caja de tierra que oficiaba de escenario. La lectura que producía en el público argentino era unívoca. Los muertos querían aparecer a la luz para contar su historia. Si bien había en todos nosotros una necesidad política personal de exorcizar ciertos temas relacionados con la represión militar, ésta no estuvo presente a la hora de preparar el trabajo. Pero obviamente en nuestro país la obra fue leída como una obra sobre los desaparecidos por la dictadura. Nosotros, sin habernos propuesto hablar específicamente del tema, logramos una síntesis poética, creo que imposible de lograr si la idea hubiera estado delante de la forma. Simplemente dejamos vagar nuestros fantasmas sobre lo siniestro. Y es imposible que en la Argentina determinados signos no se lean de esa manera; siendo lo siniestro un elemento con el cual convivimos durante años. El resultado no fue panfletario. Ese fue, creo, el mayor logro del trabajo.

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