Babilonia (una hora entre criados)

Buenos Aires, segunda década del siglo XX. Miles de inmigrantes arrojados de Europa tras la primera guerra mundial. Una ciudad en la que se producen milagros y decepciones, como una síntesis de la urbe, una mansión, seguramente construida por una opulenta aristocracia, en la obra ocupada por los nuevos ricos, familia de fusión de inmigrantes y sirvientes autóctonos de la noche a la mañana convertidos en “señores” de una dudosa burguesía y, también, en despóticos patrones de una maza de infelices y miserables sirvientes que pugna entre latrocinios, prostitución y promiscuidad en una grotesca batalla por servir y mantenerse dentro de ese mundo, dentro de esa Babilonia.

Discepolo con su descarnada mirada nos mete en ese oscuro submundo, cocina de la gran mezcolanza como cambalache, dónde todo se junta se mezcla se apila, donde todo es posible y no existen “categoría ne destingo”.

Una hora entre criados, subtítulo que sintetiza una visión despiadada de la realidad de entonces que no es muy diferente a la que periódicamente nos vemos forzados a padecer fruto de la inescrupulosidad de quienes avanzan en su voracidad por tener, aun a costa de la miseria general.

El grotesco es, sin duda, el estilo más apropiado y mejor desarrollado por Discepolo, y nos permite disfrutar de nuestro hacer teatral, desafiándonos a asumir la máscara brutal de la representación en la que tristeza y alegría se suceden sin solución de continuidad.

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