Acromata

El trabajo nos aliena. Nos convertimos en engranajes de una máquina que no para. Somos la máquina. La máquina nos necesita. La máquina nos destruye. En un entorno gris, panóptico (con vigilancia permanente, omnipresente) los hombres-máquina funcionan, individualmente y como pieza única.

De lo micro a lo macro, todo encaja, toda acción genera un movimiento, todo movimiento genera uno más pequeño, todo es funcional al gran engranaje. Acrómata nos habla de un día laboral, de una rutina agobiante, de una pequeña fracción en la vida, que se repite una y otra vez. Desgastante, circular y precisa, que lejos de producir satisfacción, nos sumerge en una profunda angustia; la angustia de lo cíclicamente inevitable.

El espacio escénico los contiene, los estandariza y regula... los industrializa. El espectador funciona activamente, es parte directa e indirecta. El momento de descanso es tan efímero (como necesario y aliviador) que no puede desprender a los personajes de los vestigios mecánicos, a pesar del esfuerzo rehumanizante.

La conjunción de la acrobacia, la danza, la música y la interpretación, conforman un lenguaje propio, único. El cansancio físico desgasta, oprime y abraza en todo momento al artista y contagia al espectador.

Una experiencia que no sólo emana sensaciones físicas y visuales, sino que obliga a vernos a nosotros mismos, desde cualquier lugar posible, como partes de una máquina, tal vez un poco más endulzada, anestesiada, pero con un potencial tan agobiante como el que tienen los engranajes que apresan a estos Acrómatas.

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