Afuera llueve

Una Vieja proyectada en una pared de un gran espacio. Una pirámide de toallas blancas. Afuera una inundación. Adentro una mujer joven que no habla. Baila y seca. Recibe a los mojados que van llegando a ese lugar. La vieja desde la proyección se despide de sus cosas, de sus fotos, de sus palabras. Dice también que acondicionó el lugar con toallas para los mojados que lleguen allí. Llegan cinco personas totalmente mojadas salvándose de la inundación. Están agitadas, desesperadas, cargadas de aquello que no les sale decir. Afuera vieron restos de casas, cuerpos flotando, agua tapando puertas. No saben lo que es este lugar al que llegaron y quién es esta mujer que no habla y que seca. Por momentos piensan que es muda o que es húngara. Mientras la mujer que no habla los seca, ellos posan, se ofenden, se lastiman. Y cuando nadie los ve, murmuran sus angustias a escondidas. Hablando o cantando. Como puedan. Nadie escucha lo importante. La vieja sigue despidiéndose, incansablemente. Por momentos parece observar lo que pasa en el espacio, parece entender lo que les pasa, parece provocar que sucedan algunas cosas, parece conocer a la que no habla, y ésta mujer bailando logra de a ratos encantar a los mojados, logra que coman, bailen o se rían juntos. Pero la comunión se rompe fácilmente y, de a poco, la mujer que no habla, deja de influir sobre ellos. Lo mágico también termina. Afuera llueve. Están a punto de inundarse. El agua está cada vez más cerca. Mientras más cerca el agua, más alto crece la crueldad. Tal vez eso que no dijimos nos volvió más tristes o más violentos.

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