Aleluya erótica

"Amor de Don Perlimplín" ha sido siempre considerada dentro de las obras "menores" de Lorca. Se encuentra a mitad de camino entre las grandes tragedias Lorquianas como "Yerma" o "Bodas de sangre" y las farsas para títeres ("El retablillo de Don Cristóbal" o "Los títeres de Cachiporra"). Es esta dualidad la que resulta inmensamente interesante para un grupo que, como el nuestro, hace de la fusión entre los lenguajes titiritero y actoral su estética propia.

Concebimos "Perlimplín" como uno de los resúmenes (dada su corta duración) más plenos de la dramaturgia lorquiana. Su subtítulo (que en nuestra versión se torna título principal) nos habla de la síntesis de los elementos fundantes del alma humana: "Aleluya" que expresa la apoteosis del paso a la trascendencia, lo que incluye la tragedia por el advenimiento de la muerte pero no se limita al sufrimiento por la pérdida sino que percibe el paso al más allá del final, a la asunción de la propia vida como continuidad, como fuerza imposible de detener. Y "erótica" por mencionar el combustible más poderoso, el viento más potente que hincha las velas de la acción dramática (y seguramente de la acción humana en general): el amor. Un amor que hunde sus raíces en el instinto, en los cuerpos y su belleza sensual, para florecer en aquello más inasible y platónico: lo que deseamos, lo que nos falta.

La aparente simpleza o trazo grotesco de los personajes esconde la profundidad del estereotipo, y la decisión de esos mismos personajes de trascender el mero efecto cómico inicial para llegar a dibujar una plena dimensión poética.

Dueña de algunos de los versos más inspirados de Federico, esta obra construye un lenguaje que, a fuerza de hacer equilibrio entre el humor y el drama, entre la farsa y la tragedia, transita por todos aquellos elementos que hacen inmortal el teatro del autor: La rebelión al autoritarismo del destino, la muerte rodeando todo como una sombra, el amor para romper toda barrera social, y la conjunción amor-muerte como hechos inseparables.

Hablar de la introducción de objetos titiriteros es casi una obviedad tratándose de LIBERTABLAS. Pero en este caso, la energía central es la de los actores. Dos actores encarnando sus respectivos géneros (Hombre y mujer) y dejando fluir un texto que se expande en sí mismo para permitirse, entonces sí, penetrar en muy diversas técnicas. La problemática del ser, del observarse a sí mismo, del "manejar" o no sus propias acciones, adquiere en los títeres y en sus diversas técnicas de manipulación, una objetivación que tiene, también, una dimensión metafórica.

El diseño y la realización de objetos, humanoides o metafóricos, (y también, como extensión, del vestuario y escenografías) estará basada en esa misma búsqueda de la belleza sutil que valora cada línea y cada pequeño movimiento. En armonía con ello, la música apela a instrumentos clásicos de la tradición Lorquiana (piano, guitarra) pero se aleja de españoladas y folklorismos para abrevar en un clima clásico y universal que resalta los valores perennes de la poesía y las situaciones.

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