Dejarse ir

“Dejarse ir”, partir, abandonar, abandonarse, cortar el cordón umbilical, romper con los condicionamientos sociales, con las obligaciones morales y con los deberes afectivos.
Tres vecinos del conurbano bonaerense, o de cualquier barrio en la periferia de una ciudad, comparten la medianera, comparten sus días, sus historias y quizá hasta sus casas.
Antonio y Ramón, como dos héroes de películas norteamericanas, escoltan a Aída, que vive “entre” ambos. Los tres cuidan de su madre anciana, como si el vínculo madre/hijo/a se hubiese invertido.
Un peligro acecha multiplicado en insectos, tal vez un cambio o un deseo reprimido.

Reescribir en la escena
"En el proceso de embarcarnos juntos con Mauro Molina en la creación de “Dejarse ir” pensamos en la interrelación entre los roles de dirección y de escritura textual. La historia, el texto, las palabras en el papel que fueron elaboradas por mí antes del comienzo de los ensayos, tuvo, tiene y tendrá un constante proceso de reescritura, ya no textual, sino de otros órdenes: escénico, orgánico, espacial, plástico, musical, etc. Pensamos que una obra de teatro, más que prescribir, debe posibilitar la democratización del sentido, debe dar lugar a una trama de sentidos aportados por todos los agentes que intervienen y la producen. Ya no en la odiosa afirmación de la autoría, si la obra es del autor del texto, del director o de quienes lo reescriben con el cuerpo, sino de todos.
Cuando me dispuse a escribir el texto dramático de “Dejarse ir”, la primera imagen que me vino a la cabeza fue la sensación de orfandad, que antes, quizás por mi edad, no me había planteado. Nuestros progenitores envejecerán y se acercarán a la muerte y nosotros nos ocuparemos de ellos, más o menos amorosamente, con más o menos dedicación, con mucho por decir que no diremos. Ese primer encuentro con la soledad concreta, es el impacto más claro de nuestra propia finitud. Luis Quinteros.

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