La tragedia de Ricardo III

A mediados del siglo XX la II Guerra Mundial sacude Europa, crea nuevas fronteras y mancha de sangre el mapa político dejando borrones en forma de campos de exterminio, los Lager. En ellos, la historia de la Inglaterra renacentista parece repetirse; se gobiernan de forma absolutista, con despotismo, con el temor y la muerte como brazos ejecutores.
Como telón de fondo el barracón de un campo de concentración. Delante, la escena. Estamos en el ensayo de Ricardo III. "Tienen" que representar una obra de teatro, les han dicho, para sobrevivir. Es la banalidad del mal. Los nazis disfrutan con el esfuerzo de los que creen que si hacen bien el trabajo, tienen el premio de la supervivencia. Una tortura refinada: creer que mientras ensayan se salvarán de la cámara de gas.
Los prisioneros, en el Lager, se maquillan, se preparan, cosen vestidos inventados, vestidos para la función, comparten dos infiernos: el del Lager y el de la obra. La paradoja es que para soportar un infierno necesitan del otro.
Al mismo tiempo, el Duque de Gloster, después rey Ricardo III, en su carrera al poder, ordena sacrificar a aquellos que se aventuran a analizar sus situaciones y suponen una amenaza. Abusa despóticamente con el temor y la muerte como brazos ejecutores. Un Gloster con ambición desmedida pero también estratega, político, soldado, hipócrita y hasta enamorado. En definitiva, un ser humano (más ser que humano) que hace sufrir y también sufre.

Ricardo III habla de la muerte, de la libertad del poderoso para matar arbitrariamente en un entorno en el que lo único que sobrevive es el deseo de matar. La muerte, el asesinato, instaurado como norma por Gloster, a lo largo de la obra de Shakespeare, se vive, se sufre en el Lager.

Ricardo III, articulada en el Tercer Reich, une la historia del ser humano capaz de lo mejor y de lo peor, capaz de Hitler y de Shakespeare.

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