Breve Teología para locos

Las grandes preguntas no tienen respuesta. Son, en su indecisión, motores. Su función es la de inaugurar el movimiento. Plantean siempre la alternativa de una elección fundamental. Lo curioso es que, ya sea por destino, por azar, o por lo que sea, estamos obligados a dar una respuesta. Ocurre, entonces, que la opción elegida es habitualmente insatisfactoria. Y no podría ser de otro modo. Muchas veces esta toma de posición marca el rumbo de una sociedad definitivamente. Otras, tiñe un período histórico. Las consecuencias quedan grabadas en los cuerpos. También, aunque cueste creerlo, en el alma. Parecería inteligente, ante la disyuntiva, no responder, aplazar indefinidamente la decisión. Pero no es posible. Porque siempre se trata de una cuestión de vida o muerte. ¿Podríamos callar? ¿No formular la pregunta? Tampoco es posible. Estas preguntas tienen autonomía, se instalan solas. Tarde o temprano ven la luz, de una u otra manera. De ahora en más estamos solos frente al interrogante. ¿Cómo nos tocará salir esta vez?

Luis González Bruno
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